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Hace (1) meses

Debate presidencial y seguridad: la desinstitucionalización del aprendizaje

Con toda razón, cualquier persona quiere que las candidatas y el candidato a la presidencia le transmitan esperanza en sus promesas a favor de la seguridad. Lo entendemos, pero tenemos un problema: muchas de las promesas no han variado literalmente por décadas, aún sin que lleguen los resultados ofrecidos y desafortunadamente el tiempo no parece llevarnos a exigir y presionar mucho más ante las prolongadas y costosísimas fallas.

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Con toda razón, cualquier persona quiere que las candidatas y el candidato a la presidencia le transmitan esperanza en sus promesas a favor de la seguridad. Lo entendemos, pero tenemos un problema: muchas de las promesas no han variado literalmente por décadas, aún sin que lleguen los resultados ofrecidos y desafortunadamente el tiempo no parece llevarnos a exigir y presionar mucho más ante las prolongadas y costosísimas fallas.

Vamos a plantearlo de otra manera: ¿qué de lo dicho en el capítulo sobre seguridad en el tercer debate presidencial representa un aprendizaje comprobado y quién se ocupa de así exigirlo? Creemos que las respuestas a estas preguntas son negativas: estamos atorados en un ciclo perverso de repetición, de manera que la sucesión de gobiernos federales no implica hacer las cosas cada vez mejor distinguiendo lo que funciona y lo que no.

No discutimos si las candidatas y el candidato tienen el compromiso político de resolver lo que no ha logrado un presidente tras otro, eso no lo sabemos; discutimos si saben cómo hacerlo con conocimiento basado en evidencia.

Se pueden cuestionar un montón de afirmaciones del tercer debate y se pueden celebrar algunas promesas, si así se quiere, pero desde el Programa de Seguridad Ciudadana (PSC) de la Ibero Cdmx lo que nos preocupa es la crónica desinstitucionalización del aprendizaje; a este respecto, desafortunadamente pudimos confirmar algo la noche del domingo que nos parece escandaloso.

En 2024 se cumplen 30 años de la reforma constitucional de Ernesto Zedillo que creó el Sistema Nacional de Seguridad Pública. Cuando este nació, la tendencia de los homicidios violentos en México iba a la baja. En los primeros años de este siglo, México ya había salido de la epidemia de ese delito, habiéndonos colocado por debajo de 10 asesinatos por cada 100 mil habitantes, pero a partir de 2008 la tendencia cambió y regresamos a la epidemia, misma que ya acumula tres sexenios federales seguidos.

¿Cómo es posible que ninguna de las tres opciones que compite por la Presidencia de la República haya siquiera mencionado al sistema? Está claro que prepararon el tema y el aparato de Estado que fue creado para coordinar una respuesta profesional en seguridad pública no apareció ni en su diagnóstico ni en sus propuestas. Inaudito.

No dudo que para muchas personas esto puede parecer menor, en particular cuando se piensa en la urgencia de respuestas eficaces. Qué puede hacer ese o cualquier aparato burocrático ante la emergencia en la que vivimos, se podría cuestionar. Esa idea es parte esencial del problema: la inmensa mayoría de la clase política y la sociedad ha quedado encerrada en una actitud que favorece la respuesta inmediata de corto plazo, con el efecto exactamente contrario al que se supone se quiere conseguir.

Hacer las cosas bajo la urgencia aplaza una y otra y otra vez la construcción de alternativas profundas, estructurales. Es una trampa monumental que nos ponemos a diario: la prisa no deja tiempo para gestionar las grandes decisiones que tal vez cambiarían la historia y justo porque no llegan los macro procesos de cambio, entonces aseguramos la prolongación de la crisis que nos regresa a la lógica de la prisa.

Hace algunos años alguien presumía que en las sesiones del Consejo Nacional de Seguridad Pública jamás ha habido disenso (49 a la fecha); todos los acuerdos han sido unánimes, me mostraron. Mi respuesta en alguna entrevista fue la siguiente: si México fuera un paciente y ese consejo fuera el panel de médicos, entonces tal vez antes que el paciente los que están enfermos son los doctores.

Si hubiera quien asegura que el Sistema Nacional en efecto ha dado los resultados esperados, debería mostrar la evaluación. Hasta donde sé, ninguno de los cuatro ejecutivos federales que encontró ya creado este aparato público lo sometió a rigurosas evaluaciones. Y si en alguna medida hubo quien lo hizo, el resultado no ha sido parte del aprendizaje institucionalizado de cada sexenio al siguiente.

Cierro con un ángulo complementario. Más allá de haber sido invisibilizado el domingo en la noche, hay una hipótesis según la cual el sistema nació herido de muerte porque siempre ha sido un espacio de disputa entre dos visiones de la seguridad perfectamente contradictorias: la centralizadora y la descentralizadora.

Este análisis propone que siempre han estado ahí las contradicciones entre quien ha buscado que el sistema soporte la coordinación desde un principio subsidiario que fortalece lo local y quien en cambio ha operado a favor de la imposición del gobierno federal, contradicciones que al final han favorecido lo segundo, todo esto sin madurar la construcción de acuerdos técnicos propios de un órgano de Estado sujeto a rendición de cuentas, pero garantizando por muchos años el flujo de recursos a caudales.

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