Durante las fiestas decembrinas, nueve días antes de la Navidad comienzan las posadas, tradición que llegó a nuestro país después de la Conquista, en el proceso de evangelización.

Dicha festividad empataba con las tradiciones de los pueblos prehispánicos, que celebraban la llegada del dios Huitzilopochtli, y gracias al sincretismo de los pueblos, cambió a la conmemoración del nacimiento del niño Jesús.

Las posadas se caracterizan por el canto de letanías por un grupo de personas que representan a los peregrinos y su llegada a Belén, por lo que piden que se les abran las puertas de las casas para recibir al hijo de Dios.

Durante estas celebraciones es común el uso de luces de bengala, la repartición de aguinaldos y la preparación de buñuelos y ponche, además de romper la piñata.  En la época prehispánica, los mayas practicaban un juego que consistía en colgar una olla de barro llena de cacao que debían romper para obtener el relleno. Después de la llegada de los españoles, en el siglo XVI, se convirtió en un símbolo religioso, por medio del cual se llevó a cabo la evangelización de los indígenas.

Así, la piñata podía ser una olla de barro o cartón, a la cual se le añadían siete picos, para formar una estrella, que significaban los siete pecados capitales.

Según las creencias del viejo continente, al romper la piñata se termina con la avaricia, soberbia, gula, envidia, pereza, ira y lujuria. Los colores brillantes simbolizan las tentaciones. Vendar los ojos de las personas que la golpean significa una fe ciega en Dios.

El relleno es la recompensa que se obtiene al terminar con el pecado.

Sara Elizondo I Pachuca

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