Imagen: María Luisa Pérez Perusquía
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Hace (1) meses

La presidenta electa de México. El ejercicio femenino del poder

El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación entregó la constancia que acredita a Claudia Sheinbaum Pardo como la candidata que obtuvo la mayoría de los votos en la elección presidencial y como la primera presidenta electa de México

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El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación entregó la constancia que acredita a Claudia Sheinbaum Pardo como la candidata que obtuvo la mayoría de los votos en la elección presidencial y como la primera presidenta electa de México

Es así que, nuestro país tendrá a partir del 1.° de octubre de 2024 a la primera mujer democráticamente electa, como presidenta de la nación.

En una colaboración anterior planteé las implicaciones y expectativas que ello conlleva. Destacando que el solo hecho de que una mujer ocupe la primera magistratura de la república es de suyo, pedagogía ciudadana.

Las infancias y adolescencias se formarán con la normalización –entrecomillado– de la presencia de mujeres en espacios de toma decisiones, abonando a la deconstrucción de estereotipos que nos relegan a roles de subordinación, de incapacidad.

Ante nuestra situación inédita como país, al tener a una mujer ocupando la más alta esfera del poder político, surgen preguntas tales como: desde una perspectiva de género, ¿cuál será su estilo de liderazgo y su ejercicio del poder político?

Estas preguntas han emergido en la teoría de género a propósito de la incursión en el mundo de mujeres democráticamente electas como la primera ministra Margaret Thatcher, la canciller Ángela Merkel; en América Latina, las presidentas Michelle Bachelet o Cristina Fernández, sin embargo, hasta la fecha, hablamos de un fenómeno reciente y acotado en número, por lo que análisis en adelante seguirán caracterizándolo.

Comúnmente escuchamos posturas que asignan y esperan de las mujeres en el ejercicio del poder político cualidades como tendencia a formar equipos, calidez, empatía, menos proclives a la corrupción, mayor horizontalidad, entre otras; al tiempo que atribuyen a los hombres en el poder sagacidad, tendencia a la violencia, inteligencia estratégica y otras; cayendo en esencialismos que pasan por alto que no hay un modelo de mujer ni de hombre; que hay múltiples formas de ser mujer y de ser hombre permeadas por mucho más que el sexo/género al que se pertenece.

En tal sentido, hay mujeres y hombres corruptos, mujeres y hombres misóginos, mujeres y hombres empáticos, mujeres y hombres violentos, mujeres y hombres comprometidos con las causas sociales. Afirmar lo contrario sería en cierta forma, reducir el análisis al estereotipo.

En ese sentido, y para aquellas personas que siguen considerando que las mujeres no están suficientemente preparadas para asumir el ejercicio del poder político por su condición de ser mujeres, cito a Clarisa Hardy: “Las mujeres son tan talentosas e incompetentes, tan inteligentes y tontas, tan capaces e inhábiles, tan responsables e irresponsables como cualquier hombre que se dedica activamente a la política (…). Y por lo mismo, con los mismos derechos y merecedoras de iguales oportunidades” (Hardy, 2005:15).

Al respecto, coincido con la postura de que la paridad que caracteriza al sistema electoral mexicano debe superar el mito de la diferencia que nos ha mantenido en la obligación de asegurar que las mujeres deben llegar al poder porque en ello se garantiza que aportarán una visión diferente a la política y que tendrán un desempeño mejor que el de los hombres.

¿Cuáles mujeres y cuáles hombres?

Como sostiene Martínez, “las mujeres tienen que acceder al poder político y a la esfera pública simplemente por una cuestión de justicia social y calidad de nuestra democracia” (Martínez, 2009).

De acuerdo al principio de paridad, las mujeres debemos estar representadas tal como los hombres deben estarlo en todos los ámbitos de la vida social, económica y cultural, y esto no debe poner a las mujeres que acceden a cargos de liderazgo y toma de decisiones bajo el escrutinio constante, descalificación estereotipada, sobreexigencia que pruebe valor; cuando sus pares hombres no son tasados con igual vara.

Volviendo al tema de la política de género del gobierno de nuestra próxima presidenta, aplica la misma reflexión porque bien sabemos que no toda mujer en los cargos de poder político tendrá sensibilidad frente a las cuestiones de género, ni se interesará necesariamente en impulsar políticas públicas en este sentido. Aún y cuando sus propuestas de campaña o su discurso así lo manifiesten -tenemos casos y muchos en los que el discurso de campaña queda en eso-.

Como dijera Stiegler: “Una política de género progresista no es un programa genético, más bien se requiere el cumplimiento de algunas condiciones para que ésta sea puesta en práctica” (Stiegler, 2009).

Para empezar, resulta condición indispensable que la mujer que ostenta el poder político reconozca que hay discriminación, desigualdad y violencia que afecta de manera desproporcional a las mujeres. ¿Quién se comprometería con una causa que no estima necesaria?

La tesis de Stiegler, con la que coincido, sostiene que la atribución de un sexo biológico (ser mujer) aumenta la probabilidad de desarrollar una acción política de género si se cumplen por lo menos dos condiciones, a saber: que la mujer haya experimentado –en su piel– los efectos de la desigualdad y que esto no lo conciba como un problema o logro individual, sino políticamente como expresión de las estructuras de género existentes.

Es decir, que haya experimentado de cerca los efectos de la desigualdad de género y los reconozca como problemas sistémicos que afectan la vida de muchas más y ello le genere el surgimiento de un compromiso político. Yo añadiría, que al menos la capacidad de empatía para reconocer estos efectos en las demás.

Otro aspecto ineludible, es la perspectiva y objetivos en materia de política de género del partido político en el poder, al cual pertenece
la presidenta.

¿Qué opina usted? ¿Qué podemos esperar del gobierno que inicia en cuanto a la política de género? ¿El ejercicio del poder político de la presidenta contribuirá al avance de las políticas públicas de justicia social e igualdad de oportunidades para las mujeres?

Somos testigos de la historia. Y actores y actoras también.

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