Obra en el Archivo Histórico del Poder Judicial del Estado el contrato por el cual el 4 de octubre de 1862 don José María de los Cobos, síndico del Ayuntamiento de Pachuca, contrató los servicios del señor José Luis Revilla a efecto de construir en lo que fueron las huertas del Convento Franciscano de Pachuca un paseo al “estilo de la Alameda de la Ciudad de México”, en el que se detalla la forma y medida de los andadores, el número y arquitectura de las fuentes, el tipo de monumentos que deberán colocarse en sus jardines y otros aspectos.
Aunque las obras se iniciaron en 1863 no llegaron a concluirse, pues el proyecto fue abandonado. Prácticamente dos décadas más tarde fue reanudado y se inauguró hacia 1883, cuando con el nombre de Parque Porfirio Díaz, del que se decía rivalizaba en belleza con cualquier otro del país. Finalmente, su nombre fue cambiado por el de Parque Hidalgo el 14 de junio de 1911, cuando no había transcurrido ni siquiera un mes completo de la renuncia del caudillo.
Es probable que sea esta la más antigua fotografía que se conoce del entonces tomado en 1907 cuando aún se denominaba Parque Porfirio Díaz, como se aprecia en la parte superior del arco de la puerta de acceso ubicada por el lado de la calle de Hidalgo. Al fondo puede observarse el kiosco circular colocado en sus inmediaciones, adviértase el crecido follaje que existía entre los andadores terraplenados.
Llama la atención el gran número de responsables en el manejo del parque, todos ataviados con jorongo y sombrero de ala ancha terminado en copa cónica, que tras la reja posan para el afamado fotógrafo Pachuqueño José Antonio Bustamante y Valdez.
La segunda placa captó, hacia el año de 1917, a la fuente mayor del parque, desde su inicio tuvo dos, una grande al norte y otra más pequeña al sur, ambas en el costado poniente; como podrá apreciarse estaba adornada con un pequeño faro de madera y una caseta donde dormían un par de patos.
En alguna época, por ahí de 1929, las aguas de esta fuente fueron surcadas por una pequeña lancha que por una “peseta”, 25 centavos, paseaba a familias enteras. Al fondo puede verse la fachada de los lavaderos públicos realizada en ladrillo rojo, que era rematada por un magnífico reloj, obsequio de la Relojería Suiza de la familia Hugenin.