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Hace (1) meses
Bullying: víctimas, perpetradores, espectadores. Todos, víctimas

El pasado 12 de marzo nos enteramos, por un comunicado de la Secretaría de Educación Pública del estado, que un alumno de 11 años de edad de una escuela primaria del municipio Santiago de Anaya había sufrido una caída y su estado de salud había degenerado a muerte cerebral. La SEPH lamentó el que denominó “trágico incidente”. 

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El pasado 12 de marzo nos enteramos, por un comunicado de la Secretaría de Educación Pública del estado, que un alumno de 11 años de edad de una escuela primaria del municipio Santiago de Anaya había sufrido una caída y su estado de salud había degenerado a muerte cerebral. La SEPH lamentó el que denominó “trágico incidente”.

Posteriormente, por declaraciones del padre del menor, se supo que sus lesiones fueron presuntamente provocadas por dos compañeros de la escuela, quienes lo golpearon. Que el estado del menor no mejoró y que desafortunadamente derivó en la pérdida de su vida.

Hemos conocido una serie de posturas de parte de la familia del niño y de la propia secretaría que son contradictorias, no solo en cuanto al origen de las lesiones sino también al seguimiento que se le dio al caso.

Se trata sin duda de un caso terrible. Es indispensable garantizar un investigación exhaustiva y responsable que permita conocer la realidad de los hechos y poder deslindar responsabilidades.

En caso de confirmarse el acoso escolar, vuelve a todos nosotros la preocupación por la violencia que sufren las niñas, niños y adolescentes, quienes en lugar de encontrar en la escuela un remanso de amor y conocimiento enfrentan angustia, temor, frustración y como es común cuando se sufren violencias, en silencio o sin ser escuchados.

De acuerdo con la Unicef, el acoso puede identificarse a través de tres características: intención, repetición y poder. Un acosador tiene la intención de causar dolor, ya sea a través del daño físico o de palabras o comportamientos hirientes, y lo hace de manera repetida. Los niños tienen más probabilidades de ser víctimas de acoso físico, mientras que las niñas suelen sufrir acoso psicológico.

Más que un incidente aislado, el acoso es un patrón de comportamiento. Los niños que acosan a otros suelen tener a un estatus social más alto o una posición de poder, es el caso de niños que son más grandes o fuertes o considerados “populares”.

Los niños más vulnerables se enfrentan a un riesgo mayor de ser víctimas de acoso.

El acoso puede darse en persona o en línea. El ciberacoso suele producirse a través de las redes sociales, mensajes de texto, SMS, mensajería instantánea, correo electrónico o cualquier otra plataforma que utilicen los niños. Dado que los padres no siempre saben lo que hacen sus hijos en esas plataformas, puede resultar difícil identificar cuándo el niño tiene un problema (Unicef.org).

Sabemos que en este fenómeno no solo tenemos a la víctima de la violencia, sino al perpetrador y a quienes observan la situación y la alientan o la permiten o la ocultan, todos los componentes del fenómeno al final son niñas, niños o adolescentes con una condición que los empuja a someterse a la violencia, a ejercerla o a permanecer impávidos ante el fenómeno. ¿Qué ocurre dentro de cada uno de ellos? ¿Qué experiencias personales o familiares hay detrás de estas actitudes? ¿El perpetrador y el espectador deben ser castigados ejemplarmente? ¿El apoyo debe ser solo para la víctima? En casos como este, ¿Se “resuelve el problema” expulsando al perpetrador y reubicándolo en otra escuela?

Los castigos ejemplares no son la solución. La expulsión del “problema” no es la solución. Todos los implicados: víctima, perpetrador o espectador son niñas, niños o adolescentes y en todo caso, víctimas todos. No debe criminalizarse al perpetrador ya que también necesita atención, acompañamiento, escucha. Es común que esta postura genere rechazo, pero tratándose de menores, las responsabilidades están en las personas adultas con quienes conviven en sus hogares, las escuelas, los entornos inmediatos, las instituciones, etcétera. Quienes forman parte de la vida, las experiencias, los aprendizajes de las infancias y adolescencias.

En este sentido, la atención al acoso escolar requiere de un enfoque integral. Con información para padres y madres de familia o tutores; maestras y maestros; por supuesto las propias infancias y adolescencias con una formación que fomente la cultura de la paz y el trato digno y considerado para con los demás, que rechace la violencia en todas sus formas y expresiones y privilegie la solución pacífica de los conflictos.

Nada fácil, sin duda.

Por obvias razones, ya que este tipo de violencia se da al interior o en los alrededores de las escuelas, la atención prioritaria deberá ser responsabilidad de la comunidad escolar, mientras no se implementen protocolos pertinentes no será posible actuar de manera oportuna.

Nuevamente aquí es necesario resaltar que ese enfoque integral debe garantizar la participación activa y corresponsable de las demás instancias relacionadas con el tema, en respaldo a la comunidad escolar, para las acciones de prevención, atención (detección, notificación, intervención y seguimiento), incluidas medidas de no repetición del acoso escolar.

En el hogar, debemos asumir la responsabilidad que como como padres, madres o tutores tenemos en la formación de nuestros hijos, justo para prevenir que nuestros modelos de crianza den pie a que nuestras hijas o hijos se tornen en víctimas, perpetradores o espectadores de violencia escolar.

Hoy lamentamos la tragedia que vive la familia de Adriel, lo injustificable de su partida. Todas las niñas, niños y adolescentes tienen derecho a vivir una vida sin violencia. Esta tragedia no debió ocurrir y no debe repetirse nunca más. Que en nuestras escuelas prevalezca la cultura de la paz.

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