Nube negra
 
Hace (48) meses
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Llegó una llamada de auxilio desde un poblado de 245 habitantes: dos grupos armados acababan de enfrascarse a tiros y había varios muertos.

El pueblo era Chuhuichupa, Chihuahua, una comunidad serrana ubicada a 52 kilómetros de Madera. El país venía de cerrar el mes más violento desde que se inició el conteo diario de víctimas: marzo de 2020, con 2 mil 585 homicidios: aproximadamente 83 diarios (aunque un día, el 28, se cometieron 102).
Personal de la Agencia Estatal de Investigación de los destacamentos de Guerrero, Temósachi, Madera y El Largo Maderal se dirigió a la zona. En una brecha que comunica varios pueblos de la sierra, los agentes encontraron que “había personas sin vida del sexo masculino”.

Los cadáveres eran nueve. Todos llevaban uniformes tácticos. Esparcidas en la brecha había ocho armas largas y una escuadra. Al revisar el terreno, los agentes hallaron entre los árboles otros ocho cuerpos sin vida, vestidos también con uniformes tácticos.

Había también dos heridos. Uno de ellos murió al ser trasladado al hospital de Cuauhtémoc. El otro, un muchacho de 18 años, oriundo de Durango, confesó que era “gente del Jaguar” y que sicarios de La Línea les habían puesto
una emboscada.

La Línea le garantiza al Cártel de Juárez el paso de droga desde los límites de Sonora hasta Casas Grandes. Al frente del grupo se halla un expolicía de Chihuahua que le arrebató el poder a Socorro Vázquez Barragán, su antiguo jefe.

El expolicía se llama Roberto González Montes y le apodan el Mudo o el 32. Su célula maneja el tráfico de droga, la tala clandestina, el robo de mercancías y la extorsión a beneficiarios de programas sociales que reciben recursos para
el campo.

Según trabajos de inteligencia, al ser desplazado, Vázquez Barragán buscó apoyo en “la gente de Sonora” y le dio entrada a la “gente nueva” del Cártel de Sinaloa, cuyos líderes regionales son los hermanos Francisco Arvizu Márquez, el Jaguar, y su hermano Jorge, apodado el Lobo.
La disputa por el territorio comenzó hace alrededor de cinco años y ha traído el infierno a la gente de la sierra.

El fiscal César Peniche declaró que esta confrontación ha dejado enfrentamientos, “levantones”, quema de viviendas. Se atribuye a “un error” cometido por estos grupos (Sinaloa y La Línea) la espantosa masacre de noviembre pasado, que provocó la muerte de nueve miembros de la familia LeBarón (tres mujeres adultas y seis niños).

El sobreviviente de la emboscada del viernes relató que tres camionetas con hombres de El Jaguar, que venían del Largo Maderal, fueron emboscadas desde ambos lados de la brecha. Eran aproximadamente 40 atacantes. Los sicarios del Jaguar pidieron ayuda por radio: llegó gente en su auxilio y se suscitó una balacera que pudo haber durado varias horas. Cuando se percataron que se aproximaban policías estatales y personal de Sedena, los hombres del Jaguar huyeron rumbo a Sonora. Los de La Línea siguieron la brecha hacia Casas Grandes.
Atrás quedaban 18 muertos.

En un país de ciudades súbitamente desiertas, en el que la atención y el terror están centrados en el Covid-19, la nube negra que el viernes pasó por Chihuahua nos recuerda que ahora mismo hay en México otra epidemia: una que encontró en marzo pasado su pico histórico. Una que de la mano de los Cárteles de Juárez y Sinaloa abrió golpeando brutalmente el mes de abril.

 

Héctor de Mauleón

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