Monumentos como el Juego de Pelota I y el Coatepantli muestran signos de deterioro irreversibles
La zona arqueológica de Tula, una de las joyas históricas de México y antigua capital tolteca, se encuentra en un estado alarmante de deterioro.
Los daños en los monumentos que conforman la zona arqueológica en Hidalgo son cada vez más severos, muchos de ellos irreversibles. El Juego de Pelota I, el Coatepantli y el Palacio Quemado son algunas de las estructuras más afectadas, con evidentes signos de abandono y colapso.
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Este crítico escenario se atribuye al desinterés de las autoridades y los recortes presupuestales aplicados al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) desde el inicio del sexenio del expresidente Andrés Manuel López Obrador.
Además, en los últimos cuatro años, Luis Manuel Gamboa Cabezas, arqueólogo residente del complejo, no ha presentado proyectos de conservación, mantenimiento ni exploración en la zona arqueológica de Tula.
El Juego de Pelota I de la zona arqueológica de Tula presenta pérdidas significativas en sus escalinatas principales, con dos grandes segmentos ya colapsados, lo que ha provocado su cierre al público. Además, la cabecera norte del monumento ha sufrido el colapso de una de sus paredes, dejando al descubierto materiales que habían permanecido ocultos desde la construcción de la ciudad en el periodo 900-950 D.C., cuando Tula-Xicocotitlán vivía su apogeo.
En el caso del Coatepantli, conocido como el muro de serpientes, sus icónicos relieves que representan a Tláloc, así como figuras de águilas, jaguares y coyotes, están gravemente deteriorados. Las figuras han sido erosionadas hasta tal punto que apenas quedan las siluetas, perdiéndose por completo los detalles de las deidades y los animales.
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El Palacio Quemado también muestra un deterioro alarmante, con más de ocho de sus columnas principales agrietadas, inclinadas y a punto de colapsar. Algunas de las paredes y banquetas del edificio han sido perforadas, lo que sugiere la extracción de materiales, exacerbando los daños a la estructura.
La emblemática Pirámide B, hogar de los atlantes de Tula, también está en riesgo. Tres de las columnas situadas en su base están ladeadas y muestran signos evidentes de agrietamiento, agravados por los hundimientos causados por la humedad en el terreno.
El Parque Nacional Tula, que rodea la zona arqueológica, no ha escapado al deterioro. Desde hace más de una década, el lugar ha sido invadido por la plaga de heno motita, que ha destruido gran parte de la flora nativa y ha llevado a la desaparición del equinocactus tulensis, una especie única del área.
El Museo Jorge R. Acosta, que albergaba una vasta colección de piezas toltecas, está funcionando solo en un 30% de su capacidad. La mayoría de las piezas originales han sido reemplazadas por réplicas, y de las 120 piezas que solían exhibirse, apenas queda una fracción en exposición.
A pesar de la gravedad de la situación, durante un recorrido reciente realizado por Criterio, la administradora del complejo, María Elena Suárez Cortés, no se encontraba disponible para ofrecer declaraciones sobre el estado de los monumentos y el futuro de este importante sitio histórico.
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