Sin campanas que convoquen al culto religioso, los feligreses deben atender su propio llamado para congregarse en los templos católicos: un repique del corazón, dice el sacerdote Cirilo Colín, responsable de la Parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, en la Colonia Guerrero, circundada por una malla de alambre.
“Tenemos prohibido tocar las campanas. Es la manera en que se convoca al pueblo de Dios para los eventos de encuentro con él, pero hay cosas que no dependen de nosotros. Lo definitivo es el corazón. Cuando la persona está en esa disposición, busca la manera de informarse y participar”, reflexiona desde una capilla provisional dispuesta en lo que antes era una oficina.
En ese espacio se apretuja ahora la gente en la misa dominical matutina. Caben apenas 90 personas, cuando antes ingresaban 250 fieles al recinto, segundo templo mariano del País después de la Basílica.
La cúpula de Nuestra Señora de los Ángeles que derribó el sismo del 19S se reduce a un montón de pedazos en un montículo; otra parte de la misma se mantiene como “foco de riesgo”. La escena parece de septiembre de 2017, pero corresponde a esta semana.
A un año del sismo, permanece también el cráter que abrió en el suelo el desplome de 300 toneladas de piedra, y la iglesia continúa muda, sostenida por los andamios que la empresa Sakbé amenazó retirar a principios de año por falta de pago de la Secretaría de Cultura (SC). (REFORMA, 13/01/2018)
Marco Antonio Fuentes, el sacristán, espera que por fin inicien los trabajos para reabrir el templo en diciembre, una vez que el INAH asumió las riendas del rescate, antes comandado por la Dirección General de Sitios y Monumentos de la SC.
“Nunca hemos prohibido las campanas”, ataja el Coordinador de Monumentos Históricos del Instituto, Arturo Balandrano: “Hemos hecho recomendaciones en el sentido de que, cuando la estructura de un campanario o cúpula de un templo esté vulnerable por los daños que tuvo en el sismo, no se hagan actividades que puedan generar vibraciones que las afecten más”.
Los sismos del 7 y del 19 de septiembre de 2017 enmudecieron cientos de iglesias: el INAH registró 2 mil 342 inmuebles patrimoniales dañados en 11 entidades, de los cuales sólo 450 han recobraron su integridad; apenas un 20 por ciento.
Del total de las edificaciones con afectaciones, 93 por ciento son religiosas: catedrales, basílicas, obispados, ermitas, templos, monasterios, capillas, parroquias, exconventos, curatos y santuarios, según un reporte oficial que también identificó daños en panteones, exhaciendas, fincas, museos, palacios municipales, escuelas, zonas arqueológicas, estaciones de ferrocarril, acueductos, aduanas, casas de cultura y mercados.
El padre Colín esperaba celebrar la fiesta patronal del pasado 2 de agosto al interior del templo, pero los retrasos imperaron.
Y el panorama es general: como Nuestra Señora de los Ángeles, cientos de parroquias en el País también transitaron de la esperanza a la resignación.
Desafíos múltiples
El pasado 25 de octubre, Diego Prieto, director del INAH, presentó el programa para el rescate del patrimonio dañado con tres etapas. La primera, prevista para enero del 2018, consideraba la recuperación de unos 300 inmuebles con daños menores; para octubre serían alrededor de mil, con afectaciones moderadas -aquellos con daños estructurales, aunque sin riesgo de colapso-, y, para 2020, las construcciones severamente dañadas. (REFORMA 26/10/2017)
“La meta continúa, pero es una meta en este año”, corrige Balandrano, y asegura que en diciembre se entregarán los inmuebles previstos para octubre.
“Tenemos abiertos más de mil frentes de obra, atendiendo proyectos de restauración que son complejos, especializados, y que llevan un tiempo de reflexión, de investigación histórica y análisis estructural que tenemos que atender.
“El programa no va lento: va en los tiempos que se requieren para poder hacer una atención plena de cada uno de los inmuebles que vamos a devolver al pueblo de México. Reducir a numeralia el reto que nos enfrenta es simplificar las cosas y quitarle valor al patrimonio”, dice en entrevista.
Los desafíos son múltiples, de los geográficos a los numéricos y de los profesionales a los financieros, coincide la coordinadora de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, Liliana Giorguli.
“Hay lugares, por ejemplo en Oaxaca, a los cuales se llega tras 8 horas en camino terrestre (desde la capital del Estado), y tiene sus complejidades para llegar y hacer la identificación, cuantificación, presupuestos, etcétera, y luego poder derivar a los prestadores de servicios y darles seguimiento en la intervención”.
La magnitud numérica supone otro desafío mayúsculo: si los daños en inmuebles superan los 2 mil 300 inmuebles, la cifra se dispara a más de 6 mil para los bienes que resguardaban las edificaciones: el patrimonio mueble.
“Es un universo inmenso. Cuando hablamos de bienes muebles me refiero a pintura mural, de caballete, vitrales, esculturas, retablos, campanas, baldaquinos… Quizá los dos elementos que tienen más problemáticas son la pintura mural del siglo 16 al 19 de los templos y conventos -que son miles de metros cuadrados-, y los retablos, que en muchos de los casos se vinieron abajo junto con muros, o se vinieron abajo por las afectaciones a los muros, porque los retablos normalmente están anclados y vinculados a la pared que les da soporte”, explica la especialista.
Atender profesionalmente el patrimonio, con la mayor celeridad, es otro reto.
“¿Por qué digo que es un reto?. Porque en el País los profesionales restauradores de bienes muebles, e incluso de inmuebles, aunque son numerosos, no lo son tanto como pudiera requerirse para este patrimonio. Estamos involucrando a todos, y en ese involucramiento necesitamos tener los mecanismos de supervisión, seguimiento y control de sus ejecuciones”.
Asegurar el financiamiento para las obras necesarias implica un complejo procedimiento administrativo, añade Giorguli, que debe ejecutarse con agilidad y pulcritud profesional.
Se recibirán 5 mil 500 millones provenientes de la compañía aseguradora y más de 6 mil millones del Fondo de Desastres Naturales (Fonden), informa Balandrano.
El dinero se paga a empresas contratistas que se hacen cargo de las obras, sin que pase por el INAH, previene Prieto.
“Alrededor de mil millones de pesos ya fueron pagados con el dinero del seguro, y alrededor de casi 300 millones fueron pagados por el Fonden”, desglosó.
Lejos están las campanas de echarse al vuelo.
Yanireth Israde
Agencia Reforma