Ante un escenario repleto de familias, integradas por menores y adultos mayores, miles de personas presenciaron el tradicional Viacrucis en la colonia Cubitos, en Pachuca.
El reloj marcaba las 12:30 horas, cuando se anunció la tercera llamada. Las gradas de la cancha lucían llenas, familias enteras estaban listas para la edición 52 de la muerte y resurrección de la Pasión de Cristo.
La calma era latente, y en medio de la multitud, le abrieron paso a empujones a quien representaba a Jesús de Nazaret. Los azotes y las injurias se escuchaban. Él era maltratado, humillado y arrastrado en el piso; finalmente, fue llevado ante Poncio Pilatos, quien se lavó las manos, tal y como lo dice el Nuevo Testamento, escrito en la Biblia.
Lo anterior, dio paso a que el nazareno fuera juzgado por una multitud, que, enardecida, prefirió liberar a Barrabás, un asesino de la época, que poner en libertad al hijo de Dios.
Una corona de espinas le esperaba al rey de los judíos, la cual de un solo movimiento fue colocada en su frente, que se tiñó de rojo, pues la sangre recorría su blanca piel. A su vez, con una cruz de madera a sus espaldas, se daba inicio a las tres caídas y el camino al Cerro de la Cruz.
Los cientos de ciudadanos que se dieron cita, atentos, contemplaban una de las representaciones más reales y antiguas en la ciudad. Los rayos del sol hacían estragos en todos los presentes, mientras Jesús caía por primera vez.
Los soldados romanos avivaban con sus látigos y descargaban su irá una y otra vez. El hijo de Dios se ponía de pie; aún faltaba cerca de un kilómetro para llegar a su destino. Una cruz blanca en lo alto del cerro para cumplir lo que señalan las sagradas escrituras.
Sacando fuerzas, Jesús se puso de pie y cargó la pesada cruz, avanzó mientras que los feligreses suplicaban que pararan el castigo; la segunda caída fue inevitable.
Los latigazos hicieron que se levantara; su destino ya estaba cerca. Como pudo, y en medio de la multitud, se levantó; su cara reflejaba el cansancio y la necesidad de sentir el agua en sus labios. Por tercera vez cayó.
Por fin llegó a la punta del Cerro de Cubitos; semidesnudo, fue colgado y crucificado, junto con Dimas y Gestas, dos ladrones que lo acompañaron durante su calvario. Una frágil y tenue voz se escuchó entre la multitud: “Dios mío, perdónalos, no saben lo que hacen”; un suspiro y todo quedó en silencio.
Un aplauso de las personas asistentes interrumpió el silencio y meditación de quien representó a Jesús, quien suspiró como pensando en que el suplicio había terminado.
Yuvenil Torres | Pachuca de Soto
