Dos historias trágicas que se cruzan y mantienen a sus protagonistas uno al borde la muerte y otro a punto de perder el ojo se desarrollan en dos puntos muy cercanos en Hidalgo.

Todo comienza cuando los pequeños ingresan al plantel y ahí inicia la pesadilla.

El más pequeño, de tan solo siete años, recibe el golpe de un vidrio que, dice, fue aventado accidentalmente por un compañero, con tan mala suerte que el vidrío le pega en el ojo.

Al percatarse de la situación las autoridades del plantel no saben cómo actuar, seguramente les agarraron los nervios o no conocían los protocolos para atender el caso y solamente le llaman a la madre para que vaya a recoger a su hijo y ya una vez que el menor sale de la escuela los directivos se desentienden del caso.

En ningún momento el director, la profesora o alguna autoridad de la escuela primaria llamaron a una ambulancia o le ofrecieron acompañar a la madre para llevar al niño al médico.

Desesperada, la mamá del pequeño le pidió a un vecino que la llevara a un hospital donde se percataron de la gravedad de las lesiones, porque el vidrio literalmente le había partido el ojo.

Ante un caso de tal naturaleza, los médicos optaron por remitirlo a una clínica especializada en oftalmología, ubicada nada menos que en Querétaro y por supuesto que los padres, dispuestos a escuchar cualquier recomendación que le salvara el ojo al niño, accedieron a llevarse a su pequeño y desde hace varios días esperan en el estado vecino que ocurra un milagro.

No habían pasado 15 días cuando un nuevo caso de bullying se presentó en otra zona del Mezquital, donde un niño de 11 años fue golpeado por dos de sus compañeros, causándole diversas lesiones, entre ellas una fractura de clavícula.

En esta ocasión, el director, al ver al niño golpeado, lo subió a su auto y lo llevó a su casa y ahí lo dejó, no sin antes recomendarles que lo llevaran al médico.

El menor lloraba mucho por el dolor y los padres decidieron llevarlo al hospital, donde, además de confirmarle que efectivamente tenía una fractura también presentaba traumatismo craneoencefálico severo grado III y hematoma subdural izquierdo o lo que contradice a las autoridades que aseguraban que había sido un accidente, una caída.

Días después el niño entró en coma y fue diagnosticado con muerte cerebral, poco después lo declararon muerto.

Ante esta situación los padres del menor piden justicia y que haya una investigación exhaustiva.

Y mientras esto ocurre en los planteles educativos de Hidalgo, autoridades se limitan a explicar en comunicados que fueron accidentes, que hay acompañamiento a las familias y que esperaran las investigaciones. ¡CHIDO!

Lo cierto es que estos casos demuestran que algo está pasando con los niños. El nivel de agresión ya es preocupante y los discursos de odio de autoridades que deberían llamar a la concordia en nada abonan a una sana relación entre niños con sus pares.

Por supuesto que los menores no son responsables directos de las agresiones, es el entorno en el que se desenvuelven, los generadores de violencia en que se encuentran inmersos, llámese televisión, juegos electrónicos, redes sociales y la convivencia en ocasiones poco sana en el medio que se desarrollan.

Todos estos factores han creado un caldo de cultivo que a la menor provocación genera situaciones tan lamentables que hoy por hoy ya les cambiaron la vida a dos familias.

Ya es momento de parar las agresiones o nos va a cargar el payaso a todos.

No es gracioso que quienes son responsables de conducir al país estén más preocupados por no cometer errores que los sancionen las autoridades electorales, que ser mesurados para evitar la escalada de violencia que cada día es más evidente.

Seamos serios, por esos niños que merecen tener una buena educación, sin violencia.

Los niños también son pueblo.