María Luisa Pérez Perusquía
@MLPPerusquia
En días pasados se publicó en The Atlantic un artículo que llamó mi atención, titulado Los estudiantes universitarios de élite que no saben leer libros, de Rose Horowitch.
La editora habló con varios profesores de escuelas de élite como Columbia, Georgetown y Stanford, quienes describieron el fenómeno de los estudiantes abrumados por la perspectiva de leer libros enteros.
En el artículo se aborda una condición agravada durante la última década, en donde los profesores universitarios describen que sus alumnos parecen desconcertados ante la idea de terminar varios libros por semestre. Los profesores coinciden en que muchos estudiantes ya no llegan a la universidad, incluso a las universidades de élite altamente selectivas, preparados para leer libros completos.
Entre algunas otras cuestiones que los profesores resaltan está el hecho de que a los alumnos se les hace imposible mantener la atención en textos largos: se aburren rápidamente y les cuesta prestar atención a los pequeños detalles mientras siguen la trama general.
Los estudiantes llegan a la universidad con un vocabulario más limitado y una menor comprensión del idioma de la que solían tener. Siempre hay estudiantes que “leen con perspicacia y facilidad y escriben hermosamente”, dicen, “pero ahora son excepciones”.
Los estudiantes “se cierran” cuando se enfrentan a ideas que no entienden; son menos capaces de persistir a través de un texto desafiante de lo que solían ser.
Al indagar del origen de estos desafíos encontraron que los estudiantes mencionaban que en la secundaria y la preparatoria no eran requeridos de leer textos completos sino solo resúmenes o posiblemente un capítulo. Con esto, no solo no había hábito por la lectura, sino que persistía una desvalorización de la misma.
Adicionalmente, los psicólogos consultados dijeron que sospechaban que la abundancia de aplicaciones de redes sociales como TikTok y YouTube había superado la lectura recreativa.
La realidad descrita por este artículo no parece estar para nada alejada de lo que ocurre en otras latitudes y en otros contextos, como los nuestros.
¿Cuántas veces hemos escuchado relatar a maestros y maestras de todos los niveles educativos de la frustración que experimentan en las aulas por la poca disposición de las y los estudiantes, quienes parecen permanentemente ausentes, sin ningún interés por la clase, y en coincidencia con lo descrito en el artículo, que se muestran incapaces de realizar actividades académicas que requieran de al menos un mínimo de atención, concentración, interpretación o análisis?
Ante estas condiciones, el profesorado particularmente de secundaria y preparatoria opta por simplificar a su mínima expresión la demanda académica para que sea asequible a las y los estudiantes.
Los estudiosos de estos temas apuntan que el desinterés, la falta de concentración, de atención y demás están relacionados con lo que denominan gratificación instantánea.
Y, pues, sí, en esta era de las pantallas estamos acostumbrando a nuestros cerebros a recibir estímulos inmediatos que nos proporcionan un shot de dopamina que nos hace adictos y nos impide tolerar la frustración. Nos volvemos intolerantes a posponer la recompensa.
Volviendo al tema de la lectura, las y los estudiantes que se forman con acceso a las pantallas en donde todo lo obtienen al alcance de un clic no pretenden emplear su tiempo en el disfrute de un libro cuando pueden acceder a un resumen o jugar video juegos, ver una serie, navegar por la red y pasar rápidamente de un contenido a otro, descartando rápidamente lo que no les genera interés.
Ante este escenario, ¿qué hacer para revertir el efecto pernicioso de la era digital? Sin dejar de reconocer que la web puede ser una gran herramienta que acerca un mundo de información que ensancha la posibilidad de enriquecer y diversificar su entorno.
Centrándonos en los niños y niñas que están en un momento idóneo para acercarlos a los libros con la posibilidad de que esa experiencia los haga adultos lectores por gozo, no por obligación, con independencia de lo que el aula y la escuela mantenga como esfuerzo en la promoción de la lectura, se hace indispensable que haya en casa una estrategia encaminada a generar ambientes lectores.
El escenario idóneo hablaría de la disposición en el hogar de libros —en papel—, de la posibilidad de que las y los tutores o cuidadores pudieran acompañar en la experiencia lectora a los infantes con lectura en voz alta, por ejemplo.
Una mayor cantidad y calidad de espacios públicos para actividades lectoras dirigidos a las infancias sería de gran utilidad.
Personalmente mientras viví en Japón por motivos académicos, me tocó conocer una experiencia gratificante y por demás hermosa en donde las vecinas con niños pequeños se ponían de acuerdo y generaban espacios en alguna de las casas para llevar a las y los niños a leer, como si fuera un club de lectura que permitía disfrutaran genuinamente de la actividad.
Considero que podemos coincidir en la necesidad contemporánea de aprender a equilibrar la búsqueda de gratificaciones inmediatas y el ejercicio de la paciencia que nos permita apreciar las recompensas que se dan a largo plazo y no de manera instantánea.
En la búsqueda de sustituir el acceso temprano a las pantallas y su irremediable generación de gratificación inmediata, vale la pena que todos concentráramos esfuerzos en imaginar y crear opciones de acercamiento de nuestras infancias a la lectura.