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Hace (15) meses
Un pueblo sin memoria
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Maricela forma parte de la estadística de la tragedia.

A sus 13 años presenció uno de los episodios más dramáticos de la historia de Hidalgo.

Su abuelo, su padre y su tío fallecieron hace cuatro años en la explosión de la fuga de combustible en el alfalfar de San Primitivo en Tlahuelilpan y que dejó como saldo 137 muertos.

Abrazada a seis niños, tres de ellos sus hermanos y otros tres sus primos, Maricela no tenía idea que ese 18 de enero de 2019  cambiaría su vida para siempre.

Para empezar, esta niña delgadita, tuvo que cargar a cuestas con el cuidado de seis niños, desde prepararles la comida, hasta cobijarlos por la noche y consolarlos por la pérdida de sus padres.

Poco sabían sus familiares del dolor que guardaba en el fondo de su corazón y que calló para hacerse la fuerte y apoyar a su madre que tuvo que comenzar con los trámites para primero, sepultar a su padre y luego, enfrentar la pesadilla de ir y venir para lograr identificar entre los restos a su esposo y a su hermano.

Mientras la madre de Maricela esperaba los resultados de las pruebas de ADN, fueron pasando los meses hasta que les fueron entregados los restos de sus familiares y en todo ese tiempo la niña tuvo que madurar de chingadazo y aprender la difícil tarea de ser prima, hermana y sustituta de su madre.

En silencio la menor fue creciendo con un resentimiento hacia quienes, sin el mayor remordimiento, destruyeron la vida de cientos de familias cuando explotó una toma clandestina para el robo de combustible.

Una y otra vez se preguntaba si no sienten remordimiento quienes picaron el ducto que mató a su padre, a su abuelo y a su tío, pero en su inocencia no tiene la respuesta.

Ya han pasado cuatro años de la muerte de sus familiares y ahora esta pequeña creció, ya estudia la preparatoria y trata de mantener un buen promedio para no perder la beca, que le exige mínimo 8.5 de calificación y con la que ayuda al gasto familiar.

Todos los días, como desde el momento en que ocurrió la tragedia en su comunidad, Maricela se levanta a las seis de la mañana, prepara el desayuno, alista a sus hermanos y limpia la casa antes de salir a la escuela.

Al salir de clases pasa al mercado y compra los víveres para la comida, alimenta a sus hermanos y primos y cumple con sus tareas.

Es una labor cansada, pero tiene que hacerlo porque su madre también trabaja todo el día para sostener a su familia y apoyar a la abuela que se quedó sola y a su cuñada.

La historia de Maricela es muy similar a la de decenas de menores que según datos del DIF Estatal perdieron a un padre, una madre o a ambos padres en la explosión del ducto.

En el mejor de los casos algunos de ellos recibieron el apoyo y sus tutores tienen un ingreso, otros de plano tuvieron que buscarse la vida y como pueden sobreviven a la tragedia.

Hay casos como el de los mellizos que son cuidados por su abuela y que, según versiones de la mujer, su nuera tiene tuvo que viajar a otro Estado para conseguir un empleo y poder mantener a sus pequeños, porque aquí definitivamente los abandonaron a su suerte, tras la muerte de su padre.

Y así cada año se refrescan las historias de una noche que se convirtió en un infierno y que autoridades intentaron explicar lo inexplicable.

Lo más terrible es que aún no se enterraban a los muertos cuando ya se reportaban otras fugas clandestinas en el lugar, a unos cuantos metros o en el municipio vecino.

Ni la muerte de 137 personas, ni las lesiones que marcaron de por vida a más de 70 personas, ni los 194 huérfanos, son números suficientemente dramáticos para hacer conciencia en el riesgo del huachicol.

Pero eso sí, somos el Estado número uno en tomas clandestinas.

¡Bravo!

Espero sus comentarios.             

 

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