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Hace (15) meses
Centenario del natalicio de Ricardo Garibay
Trece años de labor periodística de Criterio
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¡Uno es de donde quiere nacer y no de donde las circunstancias lo determinan! me dijo un día don Ricardo Garibay, el autor de Beber un Cáliz, nacido el 18 de enero de 1923. El pasado miércoles se cumplieron 100 años de tal acontecimiento, hecho de su vida, envuelto en un verdadero enigma, en razón de que existen quienes aseguran nació e Metztitlán, la tierra de su madre; en tanto, otros señalan a Tulancingo. 

Tras indagar en diversos archivos sobre el lugar y fecha de su nacimiento, encontramos dos documentos diferentes, el primero derivado de su bautizo, celebrado el 22 de septiembre de 1923 en la iglesia de la Asunción de Pachuca, donde sus padres: Ricardo Garibay y Barbara Ortega señalaron que nació en Tulancingo el 18 de enero de ese año; en tanto, su acta de estado civil realizada ante el juez competente se realizó de manera extemporánea en la población de Tacubaya, Distrito Federal, hasta el 2 de octubre de 1926, cuando su padre, dedicado a la agricultura, contaba con 47 años y su madre 35, los que declararon ser originarios del Estado Hidalgo —sin señalar lugar exacto—, y que se encontraban avecindados en San Pedro de los Pinos, del entonces Distrito Federal. Resulta curioso que, habiendo nacido en Tulancingo, como se menciona en el primer documento, no exista paradójicamente nada que lo ligue a tal ciudad, aunque tal hecho sucediera allí.   

Polifacético y controversial, don Ricardo fue un auténtico hombre de su tiempo, que disfrutó la vida hasta el último instante, ya como fumador empedernido — consumidor de cigarrillos Lucky Strike que le traían puntualmente de los Estado Unidos mes tras mes—, ya como coleccionista de plumas Mont Blanc y blocs de notas de fino papel impreso con su nombre. 

Su extensa bibliografía cuenta con de cerca de 50 obras dentro de las que destacan, en el género de la crónica, Las Glorias del Gran Púas, un auténtico repostaje sobre la vida de boxeador Rubén Olivares; en cuento sobresale La Nueva Amante, uno de sus primeros trabajos publicados en 1949; en ensayo, su  extraordinaria su obra  Como se pasa la vida; en guiones cinematográficos, como no recordar Lo que es del Cesar; en memorias, es verdaderamente sublime Fiera Infancia; y en novela, descuellan muchas, a mi gusto: Beber un Cáliz, La casa que Arde de Noche y Par de Reyes, ocupan un lugar muy especial; en el género reportaje como no  recordar,  Lo que ve el que vive publicado en el Excelsior; y en teatro, Mujeres en un acto, a más de otras muchas. 

Foto: Especial

Le conocí hacia 1979, durante la celebración de la Feria del Caballo, organizada por el gobernador Jorge Rojo Lugo, quien me pidió contactarlo para una conferencia que impartió en el entonces cine Auditorio, ubicado en la Avenida Juárez, donde con un lleno total disertó, sobre el oficio de escritor. Años después, llamado por el gobernador Rossell de la Lama, junto con Margarita Michelena y Luis Rublúo, inauguró el Foro Efrén Rebolledo y se incorporó a la primigenia Casa de la Cultura.

Pero fue en la década de los noventa del siglo anterior, cuando pude intimar con él ampliamente, gracias al arquitecto Luis Corrales, quien, como director del canal de Televisión del Estado, realizó y dirigió una serie de programas de tema variado, en los que Garibay fue la figura central; fueron muchas las ocasiones que por indicaciones de Luis Corrales me encargué del programa, pero lo mejor fue sin duda acompañarle a comer y mantener con el intensas charlas de sobremesa, prolongadas hasta el anochecer, era extraordinario escucharle tras los efectos de dos o tres copas de vino y una decena de cigarrillos.

Estuvo al menos dos veces en mi biblioteca, donde pudo husmear en los anaqueles donde estaban las obras de muchos hidalguenses —entre ellos él mismo—:  tiene usted, me dijo, más obras mías que las que yo conservo, creo que fue una gran mentira; sin embargo, un día que la Asociación de Escritores Hidalguenses, presidida por  Virgilio Guzmán, le solicitó exhibir su obra, don Ricardo le dijo —a Virgilio— vaya usted con Menes, creo que las tiene todas, luego me llamó para solicitarme proveyera de estas a la Asociación de Escritores.

La última vez que le vi fue en la Feria Del Libro de Minería en febrero de 1999, tres meses antes de su muerte; estaba afuera del salón, donde se presentaría uno de sus últimos trabajos, le vi muy delgado y con un color un tanto apergaminado, fumaba un cigarrillo pese a la prohibición médica; me preguntó por la palomilla pachuqueña —a saber Luis Corrales, Lucy Vera, la doctora Guadalupe Durán y otros de aquel abigarro grupo—; no sonreía ya, pero alcance a escuchar aquella interjección muy suya, “leñe” y tras una bocanada de humo se despidió; fue la última vez que le vi, pues murió el 3 de mayo de 1999.  

El pasado miércoles 18 de enero, se cumplió un siglo del nacimiento este extraordinario hidalguense, galardonado con el premio nacional periodismo, el Premio Mazatlán de Novela, la medalla a la mejor obra extranjera, concedida por la crítica francesa y otro muchos más. La biblioteca del estado ubica en Pachuca, lleva su nombre y el Consejo Hidalguense para la Cultura y las Artes, publicó en 2005 diez tomos sus obras completas. 

La imagen corresponde a su acta de bautizo de la Parroquia de la Asunción de Pachuca el 22 de septiembre de 1923, certificada por el párroco Rafel León.   

 

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