Se habla de un fenómeno en el cual las hormonas interactúan para producir energía para las células, pero también altera los niveles de los neurotransmisores
Existe la creencia de que si una persona tiene hambre puede experimentar varios cambios de humor, llevándola a los extremos de que se sienta molesta, enojada o, incluso, triste, al menos hasta que pruebe algún bocado, pero estos cambios en el comportamiento durante ese momento están fundamentados en la ciencia.
De acuerdo con especialistas, existe un fenómeno conocido como hangry, un neologismo que combina los términos en inglés hungry (hambriento) y angry (enojado), la cual consiste en una serie de reacciones químicas en el cuerpo humano que influyen en el cerebro en el instante en que un ser vivo comience a sentir hambre.
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Es sabido que la glucosa es una especie de azúcar que sirve de fuente de energía para las células y que, si no cuentan con este elemento, no pueden realizar sus funciones de una manera óptima, de tal forma que una persona comience a perder la concentración, se sienta irritable o con debilidad debido a la falta de este compuesto.
Cuando una persona comienza a sentir hambre, es el principal síntoma de que requiere ingerir alimentos a fin de obtener la glucosa necesaria para mantener en orden el cuerpo, pero, cuando no es así, comienzan varias reacciones químicas, las cuales se manifiestan a través de la liberación de algunas hormonas.
Una de ellas es la grelina, que se produce desde el estomago y que se distribuye a través del torrente sanguíneo. Con ello le manda señales al cerebro para comenzar a estimular el apetito; sin embargo, cuando no entra la comida al cuerpo pese a este impulso, provoca de manera indirecta que se produzca otra hormona: el cortisol, el causante del estrés.
La aparición de dicha sustancia busca aumentar los niveles del azúcar a través de un proceso llamado gluconeogénesis, con el que se descomponen los ácidos grasos y las proteínas que hay en el hígado a fin de proporcionar la energía necesaria a las células del cuerpo.
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No obstante, durante esta etapa, el cortisol puede afectar el funcionamiento del cerebro, especialmente si la persona comienza a tener hambre, por lo que comienza a actuar como un titiritero, pues altera los niveles de los neurotransmisores (sustancias que permiten la comunicación entre neuronas), como la dopamina y la serotonina.
Ambas son conocidas como “las hormonas de la felicidad”, por lo que, al cambiar su concentración, provoca en las personas esas sensaciones de irritabilidad, enojo y molestia más de lo normal cuando padece hambre.
Una serie de estudios hechos por la Universidad Anglia Ruskin, en Reino Unido, y la Universidad de Ciencias de la Salud Karl Landsteiner, de Austria, comprobó que el hambre está relacionada con el aumento de los niveles de ira e irritabilidad y una baja en los índices de placer en los individuos.
Para ello, se convocaron a 64 personas adultas de Europa, a quienes les tomaron datos sobre su peso, edad, sexo y el índice de masa corporal, además de apuntar sobre sus niveles de hambre y sus cambios de humor durante 21 días, con lo que se pudo demostrar que quienes pasan por esa etapa experimentan varias sensaciones negativas, sobre todo estrés.
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