Felipe Ángeles, un hidalguense en la Decena Trágica
 
Hace (26) meses
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Trece años de labor periodística de Criterio
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El recuerdo de la llamada Decena Trágica —9 a 22 de febrero de 1913 — que culminara con la muerte del presidente Madero y del vicepresidente Pino Suárez, permite recordar a otra víctima de aquella felonía, dirigida por el “chacal” Victoriano Huerta, me refiero, a la aprensión del general hidalguense Felipe Ángeles Ramírez, quien debió ser victimado junto a las máximas autoridades de la nación, solo que Huerta, al medir las consecuencias de aquel acto en relación con Ángeles percibió el repudio que  le acarrearía con gran parte de los miembros del Ejército egresados del Colegio de Militar que el hidalguense dirigió por aquellos años.

Tras su aprensión Ángeles, fue recluido en una habitación del Palacio Nacional, cerca del sitio que ocuparon Pino Suárez y Madero, a quienes vio por última vez, cuando eran conducidos a su último destino en el Palacio de Lecumberri,  donde pretextando una posible fuga, fueron acribillados, Madero de dos balazos en la cabeza —mortales de necesidad y Pino Suárez de trece diseminados por todo el cuerpo— Cuenta el cronista de aquellos hechos, que al cruzar por el sitio donde estaba preso Ángeles, Madero le dio un abrazo y al partir le dijo “adiós mi general, nunca volveré a verlo”, lo que permitió a Ángeles deducir que el presidente intuía muy bien su destino.

Tenía Felipe Ángeles 45 años cuando murió Madero, 15 de los cuales transcurrieron en el estado de Hidalgo, donde nació en la Villa de Zacualtipán, la noche del 13 de junio de 1868. Los primeros, tuvieron como escenario la ciudad de Huejutla, considerada como la población más importante de aquellos rumbos, de donde pasó a Molango, para culminar sus estudios básicos, bajo el cuidado del profesor Arcadio Castro, uno de los mejores y más recordados maestros de la región, con quien dice Luis Cervantes —el más importante biógrafo de Ángeles— solía alternar las horas de estudio, con excusiones realizadas alrededor de ese extraordinario lugar de la Sierra Hidalguense.

No había cumplido aún los 12 años, cuando terminada la etapa de su educación elemental —primaria— fue enviado a Pachuca, para estudiar en ya afamado Instituto Literario del Estado, en el que se matriculó en 1981, cuando era director el Lic. Miguel Mancera. En su expediente constan las elevadas notas obtenidos en las clases de “aritmética, algebra, geometría plana francés, química orgánica, geografía, historia general, latín, historia natural, lógica, ideología y literatura” todas con calificativos de excelente —que equivaldría al 10 de la actualidad—. Años más tarde, Ángeles recordaría con cariño y respeto, a profesores como los ingenieros José María Cesar, Joaquín González, y Jesús P. Manzano, los abogados, Ignacio Durán, Germán Navarro y Francisco Hernández y desde luego al venerado maestro institutense Amado Peredo, quienes firmaron muchas de las notas laudatorias obtenidas en aquel plantel.

Durante su estancia en Pachuca, Ángeles adquirió gran afición por las peleas de gallos, vicio que se acrecentó en la celebración de la Feria anual de San Francisco, celebrada alrededor del 4 de octubre, en la que se instalaba un gran palenque al que asistía noche tras noche el general Rafael Cravioto. Cuenta el general Federico Cervantes que durante la feria alrededor  efectuada en octubre de 1883, a unos meses de terminar sus estudios en el Instituto,  Felipe andaba de malas pues había perdido prácticamente todo el dinero de su mesada en  apuestas y quedándole solamente dos pesos que enseñaba en la mano, se puso de pie y gritó enérgicamente: “Señores: ¿no hay quién le pare a estos dos pesos?”. El gobernador Cravioto se los tomó sin preguntarle a qué gallo apostaba y terminada la pelea le dijo: “Tenga usted, se ha ganado diez pesos, por el garbo con que sabe hablar en público”. 

Sabido lo anterior por su padre en Molango, el joven estudiante fue llamado al hogar paterno un fin de semana, Ángeles llegó a la casa en Molango con su gallo predilecto en los brazos, al que llevó hasta un apartado gallinero para que no hiciera estropicios entre los animales del gallinero de su padre. El domingo por la mañana antes de regresar a Pachuca, se sentó a invitación de su padre a degustar el almuerzo preparado en el que figuraba un suculento mole rojo aderezado con pollo y papas. Al terminar, Felipe, elogió el platillo, pero grande fue su sorpresa cuando fue informado que aquel sabroso mole había sido aderezado con su gallo favorito, sacrificado por orden de su padre, Felipe se sorprendió y luego con gran pesadumbre juró que no volvería jugar a los gallos, lo que cumplido cabalmente el resto de su vida. 

En febrero de 1883 Ángeles, ingresó al Colegio Militar, su bagaje cultural y su especial aptitud para las ciencias exactas, pero ante todo la sólida preparación adquirida en Huejutla, Molango y Pachuca, pronto le permitieron ser el alumno más aventajado de esa institución educativa y el primero que siendo alumno —de últimos ciclos— fue también maestro de grados iniciales, de ahí su fama entre los militares de carrera, fama que al final de la Decena Trágica, le salvo la vida, como lo confesaría el propio general Huerta al señalar, me dijeron que si sacrificábamos Ángeles, se no vendrían encima todo el circulo oficiales y muchísimos hombres de tropa. 

La fotografía que ilustra este articulo fue realizada por la empresa fotográfica Garduño y en ella puede verse al general Ángeles en el patio de Palacio Nacional acompañando al presidente Madero.     

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