Conquista violenta del hoy estado de Hidalgo
El próximo 13 de agosto se cumplirán 500 años de la conquista española del territorio que es hoy México y a propósito de tal conmemoración abordamos en estas entregas la conquista hispana de las hoy tierras hidalguenses. Dos son las etapas que pueden distinguirse en ese hecho de nuestra historia. La primera, la ocupación violenta, que inicia en 1520 y concluye en 1530 con la ocupación de Itzmiquilpan y Metztitlán por Pedro Rodríguez de Escobar y Andrés de Barrios, en tanto que la segunda, conocida como Conquista espiritual, dio comienzo poco antes de 1526 con la evangelización de Tepeapulco por los frailes Franciscanos y terminó hacia finales del siglo XVI con la fundación de los principales conventos de las ordenes Franciscana y Agustina.
Por lo que se refiere a la conquista violenta, puede decirse que su inicio tiene lugar un poco antes, tras la celebración de la batalla de la Noche Triste el 1 de julio de 1520, en la que Cortes perdió gran parte de su ejército al huir de Tenochtitlan. Con su diezmada hueste, emprende camino hacia el reino de Tlaxcala a efecto de reunirse con sus aliados, pero es sorprendido y atacado en la célebre batalla de Otompan-Otumba— en la que se enfrentó a un nutrido contingente de otomíes, sin embargo, lo que pudo ser una derrota, gracias a su audacia, se convierte en victoria, pues al dar muerte al caudillo otomí, el resto de su enrome ejército abandona intempestivamente la lucha.
Después de este hecho, los conquistadores continuaron su marcha a tierras tlaxcaltecas, cansados, hambrientos, pero, sobre todo, temerosos de un nuevo ataque de los naturales que les perseguían en gran número. El episodio es narrado así por el Cronista Bernal Díaz del Castillo, en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España:“Íbamos ya muy alegres y comiendo unas calabazas que llaman ayotes, y comiendo y caminando hacia Tlaxcala, que por salir de aquellas poblaciones, con temor (de que) no se tornasen a juntar escuadrones mexicanos, que aun todavía nos daban grita en parte que no podíamos ser señores de ellos, y nos tiraban mucha piedra con honda y vara y flecha hasta que fuimos a otras caserías y pueblo chico, porque todo estaba poblado de mexicanos y allí estaba un buen cu y casa fuerte donde reparamos aquella noche y nos curamos nuestras heridas y estuvimos con más reposo, y aunque siempre teníamos escuadrones de mexicanos que nos seguían, ya no se osaban llegar, y aquellos que venían eran como quien dice: “Allá iréis fuera de nuestra tierra” Y desde aquella poblazón y casa donde dormimos se (a)parecían las serrazuelas que están cabe Tlaxcala y como las vimos nos alegramos, como si fueran nuestras casas” .
Al interpretar esta narración, Manuel Orozco y Berra deduce que la laguna y el caserío al que se refiere el cronista corresponden por su ubicación a la actual población hidalguense de Apan, desde cuyo valle pudo Cortés ver la alta sierra de Matlanlcueye, tras la que se extendía el territorio de Tlaxcallan, residencia de sus aliados y escribe que, “siendo ya día claro dejaron Apan. Llegados a una fuente en donde se partían los términos de Tlaxcallan, bebieron con abundancia, se lavaron y descansaron. E así salimos este día, que fue domingo a ocho de julio, de toda la tierra de Culua”, de modo que puede afirmarse con certeza que los llanos de Apan, fueron el primer lugar del hoy estado de Hidalgo, tocado por los conquistadores hispanos.
Para conquistar Tenochtitlán, Cortés aprovechó el resentimiento de los pueblos sojuzgados por los aztecas, gracias a lo cual, logró reunir un gran ejército, integrado entre otros, por un importante contingente procedente de Tepeapulco —región de más de 20 habitantes— que, comandados por su cacique, perecieron en la toma Tenochtitlán.
Poco después tras apaciguamiento de Metztitlán, cuando Cortés marchaba a la Huasteca, a fin de disciplinar la conducta de Francisco de Garay, quien pretendía fundar un reino autónomo en aquel sitio, fue informado de una nueva insurrección por parte de los naturales de las hoy tierras hidalguenses, ahora de la provincia de Tutotepec, quienes, con mucha gente, “queman más de 20 pueblos y dan muerte a muchos indígenas” (aliados de los españoles). Con objeto de reducir a los pueblos del otrora Señorío Independiente, el propio capitán extremeño se dirige a aquella región a fin de reconquistarla. Después de cruentas batallas, logra derrotar definitivamente a los rebeldes y aprender al cacique que les dirigía, así como a un hermano de este y a un capitán, quienes fueron de inmediato ahorcados, en tanto que unos doscientos indios de aquella provincia que habían sido tomados prisioneros en los combates fueron reducidos a la esclavitud y se ordenó se les herrara y vendiera en pública subasta.”
En otros sitios de nuestra entidad también hubo acciones militares, como en el rumbo de Huichapan, donde el cacique de Xilotpec, Nicolás Montaño o Montañez, indígena de Tula, nieto del emperador Moctezuma II, derrotó a los agresivos grupos Chichimecas y Otomíes de la región, en la sangrienta batalla del 14 de enero de 1531 y anexó sus territorios al reino español en América.
Otro lugar ocupado de manera violenta fue Itzmiquilpan, donde Pedro Rodríguez Escobar y Andrés de Barrios, reprimieron con lujo de violencia a la población otomí de Zutcaní —Itzmiquilpan en náhuatl—. Con estos hechos finalizó la conquista militar de los territorios de la hoy entidad hidalguense y dio paso a la conquista espiritual, llamada evangelización.
La imagen que ilustra esta entrega corresponde una pintura que reproduce la batalla de Otumba.
