En la comunidad de San Sal Ildefonso, en Tepeji del Río se cuenta la famosa leyenda de El Demonio, una criatura que no es humana y que aterroriza a los habitantes en el Sabi
En una tarde lluviosa, en la comunidad de San Ildefonso, allá en Tepeji del Río, Beto salió al cerro a pastorear en compañía de otros niños del pueblo. Era época de lluvias; todos los días el cielo se desgajaba, y las tierras empapadas olían a tierra mojada.
Beto y sus amigos llevaron sus chivas hasta el paraje del Sabí, donde las dejaron pastando junto a unas rocas. De pronto, a Beto se le iluminó la cara con una ocurrencia. “Vamos a nadar”, propuso con entusiasmo, “dejemos aquí a las chivas; volveremos en un rato”. Sin pensarlo mucho, los muchachos corrieron hacia la barranca, donde las lluvias habían convertido el riachuelo en un torrente amplio y cristalino. El Sabí era conocido por eso; cada temporada se llenaba de gente que venía a bañarse y a lavar sus ropas en el agua fresca.
Ese día, Beto estaba tan exultante que no tardó en trepar una piedra grande. Desde ahí, con el corazón latiéndole rápido, se preparó para saltar al agua, cuando, de repente, escuchó que alguien llamaba su nombre. “¡Beeeeto! ¡Beeeeto!” giró la cabeza, extrañado, buscando con la mirada. No vio a nadie. Confundido, volvió a enfocarse en el agua, pero justo antes de lanzarse, la voz se hizo más fuerte, más cercana. “¡Beeeto!”
Entonces, algo extraño pasó: los ojos se le agrandaron de puro terror, el cuerpo se le tensó, y no podía moverse. “Aaaay, aaaay…” murmuraba Beto, paralizado. Su voz, apenas un susurro al principio, se convirtió en un grito de miedo. Las personas que estaban más abajo, lavando ropa en el arroyo, corrieron al escuchar los gritos y lo rodearon.
“¿Qué pasa? ¿Por qué gritas? ¿Qué ves?” le preguntaban. Beto, tembloroso, sólo podía alzar la mano, señalando algo invisible para todos los demás. “¡Ahí está! ¡Aaaaay! No sé qué es eso, pero está ahí…”.
Las personas se miraban entre sí, pero no veían nada. Sin embargo, un escalofrío recorrió sus espaldas y les heló la sangre. Beto, con el rostro desencajado, describió lo que sus ojos miraban: “Tiene ojos de gato, grandes y brillantes… ¡y unos colmillos enormes! Tiene patas como de gallo…” Tartamudeando, alcanzó a contarles lo que veía, hasta que de repente juntó sus cosas y corrió como si el mismísimo diablo lo persiguiera.
Cuando llegó a casa, su madre lo miró asustada. “¿Dónde están tus chivas, Beto? ¿Por qué vienes así, todo agitado?” Beto, todavía jadeando, apenas pudo explicarle lo que había visto allá en el Sabí. “Mamá, vi algo, algo que no era humano… Me dio mucho miedo”.
Esa tarde, Beto cayó en un profundo sueño. Sin embargo, cuando su madre intentó despertarlo, un grito desgarrador brotó de su garganta. “¡Mi Beto está muerto!”
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