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La bandera nacional mexicana y la construcción de identidad

Todos poseemos rasgos y características distintivas que nos hacen diferentes a los demás.

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Todos poseemos rasgos y características distintivas que nos hacen diferentes a los demás.

La edad, sexo, ideas, creencias, valores, son algunas diferencias, pero también afinidades que adquirimos en el caso de las características físicas desde el nacimiento, pero en el caso de las sociales, a lo largo de nuestra vida.

Son estos rasgos de la personalidad los que nos permiten por una parte diferenciarnos de los demás y también nos ayudan a identificarnos con grupos afines a lo que nos es parecido.

Así pues, en la construcción de la identidad, esta se forma con los aspectos que cada quien desde lo individual va percibiendo de su entorno, lo procesa y lo adopta como propio de acuerdo a su experiencia.

En el entorno social, la identidad se enriquece con la pertenencia a un grupo y cuya percepción depende de la valoración que el individuo haga como positiva o negativa, de ahí que, de manera recurrente, se hagan comparaciones de sí mismos con los otros.

Algunos estudiosos de la psicología, han definido está percepción en cuatro tipos: identidad personal, identidad de rol, identidad social e identidad colectiva.

Esta última, la identidad colectiva, es especialmente visible en el espacio público, ya que son especialmente importantes para los participantes de movimientos sociales, activistas políticos y otros que se unen para luchar por un objetivo y trabajar en objetivos y planes de acción compartidos.

La identidad mexicana es una mezcla llena de una vasta historia cultural influenciada a lo largo de los siglos que nos definen hasta nuestros días.

Sin embargo, hay un elemento que nos da identidad junto con los demás símbolos patrios: nuestra bandera nacional.

La bandera nacional surgió y se transformó a la par de los acontecimientos históricos del país, posteriores a 1821.

La bandera trigarante, cuyos colores se conservan hasta el día de hoy, representó el pacto entre los insurgentes y realistas que trajo la independencia.

En 1821, el Congreso Constituyente introdujo el elemento simbólico de la fundación de Tenochtitlán: un águila sobre un nopal devorando una serpiente, enmarcada por ramas de encino y laurel.

 

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