Un plato fuerte de la China (1ra parte)
 
Hace (34) meses
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Para Linda por la botana

1: Enrique Vila-Matas. Le decía en una carta Franz Kafka a Felice Bauer: “En este sentido, escribir es un sueño más profundo, como la muerte. Del mismo modo que no se saca ni se puede sacar a un muerto de su sepultura, nadie podrá arrancarme por la noche de mi mesa de trabajo”. Estas palabras de Kafka me trajeron ayer el recuerdo de Roberto Bolaño y de su actitud ante la vida y la escritura, el recuerdo de todos esos años en los que se dedicó, sin tregua alguna y con intensidad fuera de lo normal, a entrelazar sueño profundo, muerte y caligrafía. También Marguerite Duras, en las últimas páginas de Eso Es Todo, me trajo ayer la memoria de Bolaño: “Ya está. Estoy muerta. Se ha terminado”. Y poco después, tras una breve pausa: “Esta noche vamos a tomar algo muy fuerte”. Un plato chino, por ejemplo. Un plato de la China destruida”. Ayer, al releer estas palabras de Duras, quise entender que para ella la China destruida era su infancia ya totalmente arrasada, devastada, tan devastada como la vida de Bolaño. Y poco después, el tema de fondo de la muerte, asociado a esa idea de tomar algo muy fuerte, me llevaron a pensar de nuevo en este escritor chileno desaparecido en Barcelona, este calígrafo del sueño que ha dejado a sus lectores literatura pura y dura, una obra de creación seria y sin medias tintas, un plato fuerte de la China destruida. Todo lo que ayer leía o pensaba -la verdad es que, como se ve, hoy sigo igual, por eso escribo ahora sobre Bolaño- me llevaba a relacionarlo con el escritor desaparecido. Y así esa infancia devastada llamada China, por ejemplo, no tardé en enlazarla con la obra de Georges Perec, ese autor que tanto fascinaba a Bolaño. Perec, el de las asociaciones delirantes. Perec, escritor sin infancia. Perec tal vez malogrado, en todo caso prematuramente muerto, como bolaño. Perec, para quien escribir era arrancar unas migajas precisas al vacío que se excava continuamente, dejar en alguna parte un surco, un rastro, una marca o algunos signos. Perec, que vino al mundo en 1938 y nunca estuvo en China y tenía un estilo más bien cómico, a pesar de que había nacido de una familia de judíos polacos y perdió a su padre en la invasión alemana de 1940 y a su madre en 1943 en un campo de concentración. “No tengo recuerdos de infancia”, escribiría más tarde el hombre que nunca estuvo en China, pero tenía un pasado devastado. Me acuerdo de una fotografía en que muy especialmente asoma ese drama. Está hecha en el 24 de la Rue Vilin de París, donde el escritor nació, está hecha unos días antes de que la calle desapareciera y con ella los restos de la casa natal, en cuya fachada de ladrillos aún podía leerse esta inscripción: Peluquería de señoras. Su madre, treinta y cinco años antes había sido la peluquera de aquella calle de las afueras de París, y Perec acompañó a una amiga a fotografiar los restos del negocio materno poco antes de que las excavadoras hicieran su aparición y borraran del mapa la serpenteante Rue Vilin y el barrio entero. Perec, que vio como desaparecía su casa natal y el borroso letrero del negocio de su madre peluquera, y unos años después a una edad temprana y en plena efervescencia creativa, desapareció también él, dejando escrita una obra que es una fuente inagotable de sucesos misteriosos y asombrosa erudición, una obra admirable, escrita en un apretado, intensísimo (como si anduviera falto de tiempo) periodo creativo que me recuerda la intensidad de escritura del Bolaño de los últimos años, de ese Bolaño, que, consciente que la sombra de la Muerte había proyectado sobre él, se dedicó febrilmente, con obstinación única, a la heroica tarea de escribir, de reflejar su existencia ciega, su itinerario pertinaz de escritor de raza, de escritor consciente de que la muerte no sólo quería arrasar sus recuerdos de infancia sino destruir la China y después destruirlo todo. Supongo que no exagero si digo que, en sus últimos años, nadie era capaz de arrancar por la noche a Bolaño de su mesa de trabajo. Precisamente, la intensidad febril del itinerario literario de sus últimos años me trae el recuerdo de una mesa roída por la carcoma a la que Perec, con su misterioso talento para sacarle partido a todo, supo convertir en un objeto fascinante: “Fue entonces cuando se le ocurrió la idea de disolver la madera que quedaba, con lo que hizo visible aquella arborescencia fantástica, representación exacta de lo que había sido la vida del gusano en aquel fragmento de madera, superposición inmóvil, mineral, de cuantos movimientos habían constituido su existencia ciega, aquella obstinación única, aquel itinerario pertinaz: (…) imagen desnuda, visible, enormemente turbadora de aquel caminar sin fin, que había reducido la madera más dura a una red impalpable de precarias galerías”(…)

3: Escriban sus comentarios, críticas y más críticas y nada de elogios a: [email protected] twitter: @Vidal_Evans

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