La educación es un proceso humano y social cuyo contenido y métodos, así como su finalidad cambian de acuerdo con la época, en la cual influyen aspectos económicos, político, sociales y culturales.
A través de la historia, un sistema educativo surge de acuerdo con cada sistema económico, político o social, es decir, a los intereses de determinada sociedad; por ejemplo, una educación para la guerra requiere instituciones que apliquen estrategias bélicas como podemos analizar en Esparta o en Mesoamérica con el Telpochcalli de los Aztecas, o bien, Myers expresa que en Egipto tal parece que solo se enseñaba a leer y a escribir a los candidatos al sacerdocio y a los funcionarios jóvenes, y este conocimiento era requisito previo para desempeñar tantos cargos civiles como eclesiásticos. Las masas no tenían tiempo, energía ni oportunidad para aprender.
En la historia de México también existen épocas educativas de acuerdo con las diferentes necesidades. En los comienzos del siglo XXI, ¿qué tipo de maestro necesita la sociedad?, desde luego que ya quedan obsoletas las frases: “La letra con sangre entra”, o “Se aprende haciendo”. Serían posibles nuevas alternativas, como: “Se aprende jugando”, o “Se aprende divirtiéndose”, cuando la tecnología está al alcance de muchos alumnos de todos los niveles. ¿Existirá rezago por parte del docente en este rubro? De ser así, sería conveniente repensar la actividad docente. No se puede intentar dar cátedra con los mismos instrumentos de hace 50 años.
Considero que el profesor de la época en que vivimos debe comprometerse con la actualización tecnológica que la sociedad requiere. Aquí retomo una frase del profesor Justino García Hernández: “Maestros, no se queden en la banca”. Desde mi humilde perspectiva, invito a los profesores comprometidos con la actividad docente, con la comunidad, pero, sobre todos, a quien nos debemos: nuestros alumnos. Busquemos y logremos más actualización pedagógica tecnológica para estar acorde al maestro del siglo XXI.