Son hechos, no palabras. El ejemplo de un país que con proyectos ayudó a que 687 millones de personas salieran de la pobreza extrema
 
Hace (30) meses
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Como consecuencia de las reformas que se empezaron a generar a partir de que Deng Xiaoping en 1978 subió al poder en la República Popular China, la economía de este país gozó durante tres décadas de un crecimiento de doble dígito, prácticamente año con año.

Un total de 687 millones de chinos salieron de la pobreza extrema. De igual forma, ahora 470 millones de habitantes cuentan con el ingreso suficiente para ser considerados de clase media.

En ese mismo periodo, el porcentaje de la población urbana pasó del 20 al 53 por ciento, por lo que ahora China cuenta con 171 ciudades con más de un millón de habitantes y se estima que dentro de 10 años, crecerá incluso a 70 por ciento.

La forma en la que se lograron estos impresionantes números está basada en un modelo clásico de crecimiento para países en desarrollo, implementado con autoritarismo y llevado a gran escala.

La fórmula consiste básicamente en proporcionar: a) Subsidios y facilidades a los manufactureros locales (gubernamentales o privados); b) Invertir en infraestructura a lo largo del país; c) Crear un sistema sólido de financiamiento que pueda proveer de capital a los negocios locales, y d) Conceder apertura a la inversión extranjera.

China es el mejor ejemplo para poder describir a uno de los países que hoy van camino al desarrollo, así como varias naciones asiáticas. Ellos han logrado romper con su pasado de pobreza porque han adoptado patrones similares a los que dieron lugar a la riqueza de las naciones que hoy son desarrolladas, las cuales han imitado las condiciones que hicieron ricos a sus predecesores en las épocas anteriores.

Es decir, aunque todos ellos quisieran tener los niveles de vida, así como los servicios e instituciones sociales similares a las de Suecia, Alemania o Francia de hoy, gran parte de su éxito se debe a que comprendieron que esos beneficios, -en realidad privilegios-, son consecuencia de la creación de riqueza y no un factor que acompaña al proceso de progreso y enriquecimiento.

Los países que hace cien años se hicieron ricos no contaban con instituciones sociales como las que hoy ilustran la calidad de la civilización en naciones desarrolladas alrededor del mundo. Más bien al revés: se hicieron ricos porque sus empresarios no enfrentaron impedimentos y obstáculos diversos.

En lugar de que los políticos de entonces vieran a las empresas como una vaca a ser ordeñada cada vez que las cuentas fiscales no cuadraban, como suele ocurrir al final de cada año en nuestro país, existía un sentido de dirección que jamás les llevaba a cuestionar la legitimidad de las empresas o su centralidad para el desarrollo, apoyándolos con: proyectos, capacitación, educación, seguridad, prestaciones; en pocas palabras, incentivando a las empresas con sus inversiones más que a los programas sociales; que de igual manera, ambos, son bajo el déficit presupuestal del mismo estado. Es decir da lo mismo mandar el dinero a proyectos que generan riqueza y no programas que encarezcan al pueblo.

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