Sheinbaum, el Puente de Alvarado y los enredos de la memoria
 
Hace (38) meses
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Bernal Díaz del Castillo afirma que fue un soldado llamado Fulano de Ocampo quien inventó la patraña de que el sanguinario Pedro de Alvarado había saltado el puente de los Toltecas, durante la huida conocida como la Noche Triste, apoyado en una pica.

En un libelo infamatorio que Fulano de Ocampo difundió entre los soldados, el supuesto salto de Alvarado no era una proeza, sino un acto de cobardía: De Ocampo acusaba al capitán de haber dejado atrás a Juan Velázquez de León y a 200 hombres y de haber pegado el salto “por escaparse”.

Según Bernal Díaz, durante la huida nadie pudo haber visto si Alvarado “saltaba poco o mucho”, porque los conquistadores se hallaban muy ocupados intentando salvar sus propias vidas.

La crónica de Bernal es fundamental porque indica que la acequia donde habría ocurrido el salto era muy ancha y profunda, lo que hacía imposible que Alvarado hubiese podido saltarla “por muy más suelto que era”, pero sobre todo porque revela que en todo el año que siguió a la Noche Triste nadie escuchó hablar nunca de aquel salto.

Esto significa que desde 1522 el tramo de la calzada México-Tacuba en que se hallaba “la triste puente” de la Noche Triste fue conocido con el nombre que lleva hasta hoy: Puente de Alvarado.

¿Podríamos decir que eso la convierte en la primera calle renombrada por los españoles, y es por lo tanto la nomenclatura más antigua de la ciudad de México?

La jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, anunció de este modo su desaparición:

“Nos preguntamos, ¿cómo es posible que una calle se llame Puente de Alvarado cuando Alvarado fue el principal perpetrador de la matanza del Templo Mayor… Por esto tomamos la decisión de cambiar el nombre y ponerle Calzada México-Tenochtitlan… También dejamos de nombrar el Árbol de la Noche Triste y hacemos una Calzada de la Noche Victoriosa, porque si bien es cierto que hace 500 años fue la derrota de México-Tenochtitlan también es cierta la resistencia de los pueblos originarios…”.

A lo largo de la historia de la ciudad, los grupos en el poder han sufrido la tentación de convertirse en directores de la memoria, como una forma de imponer sus proyectos políticos. Uno de sus recursos favoritos ha consistido en apropiarse de la facultad de nombrar las calles, para volverlas discursos políticos y conformar una determinada forma de memoria histórica.

Ni siquiera en los días de más exaltado nacionalismo y mayor repulsa al pasado colonial, se pensó en cambiarle el nombre a Puente de Alvarado —tampoco al Árbol de la Noche Triste.

El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma lo ha explicado con claridad: tanto el Salto de Alvarado como el término Noche Triste aluden a la derrota de los españoles y sus aliados indígenas: remiten al momento heroico en que el pueblo mexica hizo huir a los autores de la matanza del Templo Mayor. “No creo que venga a cuento cambiar los nombres”, ha dicho Matos.

Como dice Sheinbaum, ya lo han decidido, porque los grupos gobernantes han pensado siempre que la ciudad es de su propiedad.

Sin embargo, tantos años después muchos le seguimos llamando San Juan de Letrán a lo que Hank González nombró, brutalmente, Eje Central. Imagino que muchos seguiremos llamando Puente de Alvarado a esa calle, bautizada hace 500 años, no como homenaje al sanguinario conquistador, sino como referencia al acto de su huida.

Solo politiquería y manipulación de la historia. Nada nuevo bajo el sol.

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