El pasado día 23 de diciembre dejó de existir el señor Darío Pérez González, para muchos –la mayoría– un político excepcional, formador de cuadros dentro de la administración pública hidalguense; para mí, una inagotable fuente de información sobre la vida de Hidalgo y en particular de la ciudad de Pachuca, población que le vio nacer hace 92 años.

Le recuerdo aún, decenas de veces, frente a la minigrabadora, contestando animoso cada una de mis preguntas y aclarando toda duda surgida de nuestra conversación. Cada evocación parecía traducirse en placenteras evocaciones que iluminaban sus rostro con esbozos de sonrisas, en muchas ocasiones acompañadas de una disimulada lagrima, derramada al recordar a algún ser querido o momentos trascendentes de su larga vida.
La animada platica con don Darío me permitió caminar virtualmente cientos de veces por las calles de Pachuca de los años 40, ese mismo que el recorrió tantas veces al iniciar su vida laboral, como empleado del antiguo Banco de Comercio, y conocí por sus recuerdos aquella ciudad aún de reducidas proporciones que recordaba con emoción.

Gracias a su información pude adentrarme en el mundo de los negocios pachuqueños, ese mismo que él conoció desde su entrañas cuando se desempeñó como presidente de la Cámara de Comercio, en el bienio 1964 y 1965.

Animado por los recuerdos de los años idos, evocaba la profunda satisfacción que le produjo ser presidente municipal de Pachuca entre 1967 y 1970, el encargo público que mayores satisfacciones le produjo en su vida; no obstante, haberle tocado en suerte iniciar bajo las quietas aguas del gobierno del licenciado Carlos Ramírez Guerrero y concluir en las procelosas aguas del cambio con el profesor y licenciado Manuel Sánchez Vite, con quien finalmente cultivó gran amistad a grado tal que el mandatario hidalguense le apoyó para convertirse en diputado de la XLVIII Legislatura del Congreso de la Unión, representando precisamente a Pachuca.

La política, decía reiteradamente, permite dos cosas fundamentales: la primera, realizar todo lo humanamente posible para mejorar la vida de quienes depositan su confianza en el funcionario que eligen para mejorar su condición económica y social, y la segunda radica en que es la mejor oportunidad para hacer amigos, en muchas ocasiones pasajeros, pero también otros de condición permanente.

Aparentemente, alejado de la vida pública entre 1979 y 1991, don Darío se convirtió en consejero de diversos jóvenes que incursionaban en la política, actividad a la que regresó en 1991 de la mano de Jesús Murillo Karam y permaneció en la primera línea durante los gobiernos de Manuel Ángel Núñez Soto, Miguel Ángel Osorio Chong y José Francisco Olvera, desempeñándose como secretario general del Comité Directivo Estatal del PRI, coordinador Regional de la Zona I de Pachuca, secretario privado del gobernador, coordinador del Sistema de Educación Pública de Hidalgo y secretario de Desarrollo Social.

En los últimos gobiernos locales formó parte y dirigió, en compañía de José Galfiro Chávez, al grupo La Joya, encargado de formar los cuadros que la política hidalguense requería, sitio del que surgirían personajes que hoy ocupan altos cargos en la administración pública hidalguense.

Desde hace poco más de un lustro acostumbró reunirse una vez a la semana con un selecto grupo de amigos, con quienes desayunaba, mientras se comentaban los acontecimientos más importantes del momento, gracias a su afable carácter, aquellas tertulias, crecieron paulatinamente, aunque en los últimos meses, la pandemia hizo estragos en el grupo.

Mas mis recuerdos se centran fundamentalmente en las muchas veces que me reuní con él en un verdadero ejercicio de historia oral para rescatar momentos cruciales de la historia contemporánea del estado y en particular de Pachuca. Desde que fue presidente de la Cámara de Comercio –encargo que se ganó tras haber alcanzado la gerencia de una de las más afamadas distribuidoras automotrices de Pachuca– empezó a relacionarse con importantes personajes, algunos que a la distancia parecen surgidos de una leyenda urbana, como Ramón Hernández Lozano, Álvaro Reverter, Jesús Antón, Jorge Conde y Romualdo Tellería, a los que se sumaron políticos como el lic. Carlos Ramírez Guerrero, Manuel Sánchez Vite, Jesús Murillo y los tres últimos gobernadores del estado.

Alto, erguido y de complexión fuerte, mantenía siempre una leve sonrisa, dibujada bajo el bigote bien recordado que le acompañó a lo largo de toda su vida. Como olvidar sus chanzas con Roberto Pedraza o Prisciliano Gutiérrez, su afabilidad hacia Jaime Costeira o Alberto Jonguitud y su extraordinaria cordialidad con la docena de asistentes al hebdomadario desayuno de los jueves. En esas tertulias se acostumbra abordar a petición suya los temas de mayor importancia política económica o social del momento y sabía manejar a aquella peña de amigos de tan diferentes ideologías y tendencias, logrando conseguir una verdadera unidad en la diversidad de pensamiento, dentro de ese heterogéneo grupo.

En este contexto de ideas, el pasado 23 de diciembre del fatídico año 2020, perdí al amigo, al mentor y a una formidable fuente de información sobre la historia de nuestro estado, pero gracias a sus enseñanzas, don Darío Pérez deambulará a lo largo de muchas de las entregas periodísticas que seguiré escribiendo semanalmente y dialogaré con él cuantas veces me siente en mi computadora para redactar alguna nota sobre el pasado reciente de esta entidad y de su capital, inspirado en los recuerdos que me dejó, como el mejor legado de su existencia en mi vida.