Rafael Olivera Figueroa in memoriam
 
Hace (47) meses
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El pasado 17 de abril a las 8:21 de la mañana dejó de existir el Dr. Rafael Olivera Figueroa, uno de los escritores hidalguenses más leído en los últimos años. Autor de una treintena libros, entre ellos dos éxitos editoriales: De médico a curandero, que narra las peripecias de un joven galeno en un pueblo, donde los habitantes eran reacios a utilizar la medicina alópata y desde su Jornada de errores médicos, en la que narra cómo un grupo de facultativos se reúne 25 años después de terminar la carrera para examinar no sus aciertos, sino sus más notables errores;  a estos títulos, se agregan otros como Eutanasia, Como pelearse con su cónyuge, Si existe Santa Clos, Enfermera doctora o santa y recientemente dos, dedicados a su querido Instituto Científico literario –hoy Universidad Autónoma de Hidalgo– ,El túnel del Instituto y Confesiones de una momia, entre otros muchos.

Hijo del prestigiado abogado y maestro de muchas generaciones en el Instituto Literario de Pachuca, Manuel J. Olivera y de doña Ernestina Figueroa la Vichita, apodo que se da en Oaxaca a las mujeres de ojos azules. Rafael, nació el 19 de marzo de 1929, en su añorada Pachuca, escenario de sus primeras correrías en compañía de sus cuatrs hermanos. Realizó sus estudios primarios en el Colegio Hijas de Allende de donde pasó al afamado Instituto Científico Literario de Pachuca, en el que cursó la secundaria y el bachillerato. En 194 ingresó a la carrera de medicina, que entonces se iniciaba en Pachuca y se concluía en la Universidad Nacional Autónoma de México. Se recibió el 17 de agosto de 1954.

Dedicado a la anestesiología en los tres primeros años de su ejercicio profesional, se asoció con sus colegas Adrián Cravioto Manzano y Rodolfo Bonilla Reventum, con quienes abrío en 1957 el sanatorio San Agustín de Ciudad de México, que dirigió por más de 50 años.

Pero la vida de Rafael Olivera es mucho más que todo eso, aficionado a la lucha libre, incursionó en el periodismo deportivo, fue locutor de la XEPK de Pachuca y columnista de diversos diarios, de entre todo este bagaje de experiencias  descubrió su vocación como escritor y en 1973 publicó su primer éxito editorial: Cómo pelearse con su cónyuge, que en menos de un año alcanzó tres ediciones, vino después, en 1975, La rebelión de los ancianos, pero fue Jornada de errores médicos, aparecida en 1978, el más grande de sus triunfos literarios, traducido ya a varios idiomas, en el nuestro, suma más de una treintena de ediciones.

Finalmente, en 1989, triunfó en el certamen de telenovelas de Televisa, llevando a la pantalla chica La fuerza del amor que, a sugerencia suya, fue filmada en Pachuca y Real del Monte, con lo que el estado de Hidalgo inició la oferta de sus paisajes a las telenovelas mexicanas.

Quien conoció a su padre, el abogado y maestro Manuel J. Olivera, diría que Rafael fue su vivo retrato, de tez blanca y baja estatura, en su cara se reflejaba la bonhomía y afabilidad de su carácter; siempre tenía flor de labio, la guasa o el chascarrillo oportuno. Sin embargo, cuando hablaba de Pachuca y de sus recuerdos su mirada se perdían en la lejanía como para aclarar las viejas imágenes, de amigos y condiscípulos, con la mirada  vidriosa, recordaba a Jorge Duarte Córdova, Raúl Durán Moreno, Nicolás Soto Oliver, Óscar Martínez Mendoza, Alberto Hernández, Carlos Rojas Vigueras, Onofre Galicia y, enseguida, llegaban los recuerdos de las maestras del colegio Hijas de Allende y de los catedráticos del Instituto, que llegaban acompañados de múltiples sucesos. La maestra Ruth Escorza dice, me consentía, el Dr. Ricardo García Isunza era admirable y la retahíla de añoranzas podía continuar horas, porque Rafael era uno de los más fervientes amantes de Pachuca.

Sus ojos reflejaban una inmensa ternura cuando evocaba a su esposa, la mujer con quien procreó cinco extraordinarios hijos, cuatro mujeres y un hombre: ellas Fabiola, Georgina, Kenya y Mayra, él Rafael, quienes hoy ejercen con éxito sus carreras universitarias.

En las charlas que tuve con Rafael, recorrí con el muchas veces la calles de Pachuca y recreé cientos de acontecimientos, como las semanas estudiantiles en el Instituto, el día del perro, los bailes de coronación, las tardeadas y paseos dominicales –que han sido objeto de muchos artículos aquí publicados– y hasta penetramos en los cines con todo y el sofisticado ambiente en aquellos días y penetramos en los salones clases, evocando la voces de egregios maestros, como el Ing. Epigmenio Viramontes y los doctores Pilar Licona Olvera, Ricardo García Isunza y otros muchos.

Al fin escritor, debido a su gran sensibilidad, las cosas que evocaba adquirían nuevamente vida y su apreciación iba más allá de lo que puede captar la mirada o de lo que pueden escuchar los oídos, su plática era siempre un libro abierto en el que a manera de novela, penetraba en la esencia de las cosas. Así aparecen con nitidez los recuerdos de su hermano, el periodista Juan Manuel Olivera, hombre reconocido por su afabilidad, pero ante todo por sus extraordinarias crónicas deportivas en publicaciones periodísticas del Pachuca de los años 50 y 60.

En Enfermera, doctora o santa, Olivera ocupó por primera vez a Pachuca como escenario de su trama, cosa que haría también en sus novelas, El túnel del Instituto, y en Confesiones de una Momia, en las que me hizo personaje central.

La foto que ilustra esta nota retrata admirablemente no solo al personaje soñador y novelista de siempre, sino al extraordinario ser humano que fue siempre, a quien doy desde aquí un abrazo con sabor de eternidad.

 

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