La Navidad del pobre Pablo
 
Hace (64) meses
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Mucho estremecieron al Pachuca de 1909 los dramáticos acontecimientos que voy a narrar, registrados por la conseja popular citadina y una nota del semanario El Reconstructor, relativos a la Navidad del pobre Pablo, nombre con el que se bautizaron aquellos sucedidos.

Costumbre era, muy arraigada entonces en la grey católica, la de premiar a los niños pobres con una gran posada, que se organizaba en el pequeño atrio de la Parroquia de la Asunción, en aquellos años cercado por una sencilla balaustrada, como puede verse en la fotografía que ilustra este artículo.

Para tal fin, el sacerdote Rafael León, cura de la parroquia de la Asunción y Vicario general de esta circunscripción religiosa, solicitaba la benevolencia de todos los habitantes de este antiguo Real de Minas, que bien conocían de su gran caridad con los pobres, además de ser la más visible autoridad religiosa en la ciudad, ya que, si bien, el templo de San Francisco otorgaba algunos servicios, estos era sumamente limitados en razón de que los franciscanos que en él moraban –habían regresado a finales del siglo XIX, después de haber sido exclaustrados en 1861– se dedicaban más a la vida contemplativa y de oración que a suministrar, como se decía, el pasto sacramental a los feligreses.

Aquel año fue particularmente seco, pocas lluvias y heladas tempranas auguraban grandes penurias para la región central del país. Mucho preocupaban estas noticias al párroco de la Asunción, que se había echado a cuestas construir y terminar a principios del año siguiente el segundo piso del curato de la parroquia. A lo anterior se sumaba su gran afán para celebrar una gran posada para los niños pobres de la ciudad el 24 de diciembre, de modo que era necesario conmover a los feligreses a efecto de obtener los fondos necesarios para realizarla.

Fue precisamente en la construcción del curato donde laboraba un muchacho de unos 9 o 10 años, que durante el día acarreaba materiales para los albañiles y por la noche servía de velador en la obra, pues dormía en los recovecos de la construcción, apenas guarecido por una raída cobija que pepenó en un basurero. Muy temprano, cuando sonaba la primera llamada a la misa de las siete, Tencha, la cocinera del curato le permitía entrar en la cocina a tomar un buen jarro de café y algún pan que el mozalbete religiosamente pagaba. Por la tarde, cuando el frío arreciaba y el trabajo disminuía, Pablo, que tal era el nombre con el que se le conocía, pues se ignoraban sus apellidos, bajaba al interior del templo, hasta donde se instalaban los distintos grupos de niños que tomaban lecciones de catecismo. Allí, con actitud contemplativa, permanecía por largo rato sin integrarse a ninguno. Muchas veces Sor Angélica, la encargada de supervisar a los catequistas, intentó integrarlo, mas este escabullía sin decir palabra y salía del templo para encaramarse en la construcción.

Aquel frío diciembre de 1909, Sor Angélica, insistió al padre León sobre la posibilidad de dar algún regalo a Pablo, pero ¿que podría ser? La religiosa se inclinaba por un gran cucurucho de dulces y colaciones, el sacerdote pensaba, en cambio, que debería ser algún juguete o ropa y así, por largo tiempo, discutieron acerca de lo que sería adecuado regalarle, aunque cada uno preparaba sin el conocimiento del otro, lo que consideraba mejor. La religiosa fue integrando en una bolsa frutas cubiertas, acitrones, palanquetas, colaciones y otras golosinas, en tanto que el cura fue al Mercado de la Fruta, ubicado donde hoy está el Miguel Hidalgo, y adquirió un balero, un trompo y una bolsa de canicas, y así cada uno guardó en secreto lo que se había dispuesto regalar al pobre Pablo.

sacerdote y religiosa coincidieron en dar al muchacho el obsequio el día 24 de diciembre, concluida la posada de los niños, y así lo hicieron, no sin antes enterarse de la conspiración que cada uno había urdido al comprarle un regalo. Aquella tarde, al terminar la celebración, ingresaron todos los niños y los fieles en el templo para celebrar la llamada misa de Nochebuena, al fin de la cual, el párroco y la religiosa entregaron sus regalos al pobre Pablo, quien, sorprendido por los obsequios, no atinaba a decir más allá de la simple, pero grandiosa palabra: !!!!Gracias!!!!

Subió por el andén que llevaba a la construcción del segundo piso del curato en construcción, abrazando emocionado sus regalos; los abrazaba con cariño, con un enorme cariño. Buscó entre los andamios y cimbras un espacio para contemplar a sus anchas los obsequios, se metió debajo de unas vigas, que medio le resguardarían esa noche de las inclemencias del tiempo, y así, viéndolos y estrujándolos, se fue quedando dormido con una gran sonrisa dibujada en el rostro. Durmió, pero durmió para no despertar jamás. Esa noche se sintió el más intenso de los fríos sufrido por esta comarca y el débil organismo de Pablo no pudo soportarlo, murió sin sentirlo, murió el primer día que recibió la benevolencia del género humano, personificado por el padre León y Sor Angélica, quienes no pudieron entender que lo que realmente le faltaba al pobre Pablo era un techo seguro y gruesas ropas para soportar las frías noches pachuqueñas.

La mañana del 25 de diciembre de 1909, el sacristán llamó a la misa que conmemoraría el nacimiento de Cristo, pero en esta ocasión tañeron también para anunciar y llorar la muerte del POBRE PABLO.

Feliz Navidad a todos los lectores del diario Criterio, así como a todo el personal que hace posible que esta publicación todos los días hasta su manos.

Juan Manuel Menes Llaguno

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