La Feria de San Francisco en la historia pachuqueña – Columna de Juan Manuel Menes Llaguno
 
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La orden franciscana, que fundara a principios del siglo XI, el santo de Asís, vio nacer en su seno, cuatro siglos después —a mediados del siglo XVI— a la rama, creada por San Pedro de Alcántara, caracterizada por su regreso a la más estricta observancia de las reglas de pobreza, austeridad y mansedumbre, condición que hizo a esta ramificación ganar muchos adeptos y la simpatía de la corona española.

En 1577, el arzobispo de México Pedro Moya de Contreras, informaba de la llegada a Nueva España, de paso a Filipinas, de nueve frailes descalzos, quienes a petición del prelado novohispano obtuvieron permiso para iniciar aquí tareas de evangelización. Fue hasta principios de 1593 cuando llega a estas tierras otro grupo de integrantes de la rama franciscana de estricta observancia, quienes bajo las ordenes de fray Miguel de Talavera se erigieron en custodia el 19 de agosto de ese mismo año, aunque entonces dependiente de la provincia de San Gregorio de Filipinas dentro de la que permanecieron hasta que por breve del papa Clemente Séptimo se constituyeron en provincia independiente. El trabajo de los descalzos se inició desde la llegada los “nueve primeros”, quienes se dieron a la tarea de buscar sitios donde fundar conventos de su orden, evitando en lo posible, hacerlo donde la acción evangelizadora de otros grupos religiosos estuviera ya en marcha.

El antiguo Real de Tlahuelilpan, hoy asiento de la ciudad de Pachuca, fue uno de los sitios primeramente escogidos por la orden alcantarina, para fundar uno de sus monasterios, fue el virrey Álvaro Manrique de Zúñiga, el primero en autorizar la construcción de esta edificación en Pachuca y si bien no se tiene noticia exacta sobre la fecha en dio inicio la fábrica del monasterio bajo la dirección de fray Francisco de Torantos, lo cierto es que el nuevo virrey don Luis de Velasco —hijo— juzgó que no tal sitio era adecuado “para la vida y estado religioso” por lo que los frailes abandonaron la construcción de inmediato.

Seguro es que los alcantarinos —así llamados por haber sido fundados por San Pedro de Alcántara— continuaron sus gestiones ante las autoridades virreinales hasta lograr que se expidiera la licencia respectiva, el 4 de septiembre de 1596, fecha a partir de la cual Torantos, reanudó los trabajos de fábrica del convento que sería dedicado en honor de San Francisco de Asís el máximo patrono de la orden.

Lo anterior explica, el origen del documento hallado por el historiador pachuqueño José Vergara, fechado en 1595 —un año antes de expedirse la licencia para su edificación—, en el que se señala que para entonces la obra se encontraba muy avanzada, como lo señala en una comparecencia el maestro albañil, Domingo Martín, quien continuaba levantando los muros del templo y los cimientos del convento “siguiendo las sepas ya abiertas”.

Tampoco se tiene noticia exacta de la fecha en que concluyó la obra, no obstante existen noticias sobre que en 1660, a expensas de doña Beatriz de Miranda —que donó 18 mil pesos— y las limosnas de algunos fieles, finalizaron los trabajos de fábrica del templo, bajo la dirección de fray Victoriano Sanz o Sáenz, quien con proyecto propio, construyó también la ochavada sacristía anexa a la nave de la iglesia principal, sitio en el que para 1667, fray Diego de Aguilar, obispo de Cuba, celebra la primera una jornada de confirmaciones en la comarca.

La conversión del convento Pachuqueño, hacia 1732 en Colegio de Propaganda Fide, sujeto a la provincia de San Diego, obligó al Prior y primer director del colegio, el padre José Meza, a iniciar de inmediato una profunda transformación a la fábrica primitiva, mediante la construcción de un claustro especial para el noviciado y otras dependencias necesarias, acción que debió multiplicarse al erigirse por bula de su Santidad Clemente XIV —otorgada un año antes— en provincia autónoma y perpetua. Para esta gestión, fue determinante la ayuda económica del primer Conde Regla, don Pedro Romero de Terreros, quien aportó la cantidad de 80 mil pesos —oro de mina— con los que se financiaron diversas ampliaciones. Así, “se construyeron: un refectorio, una cocina, la despensa, la sala de profundis, quince habitaciones todas de bóveda, para diversos usos, dos dormitorios, librería, celdas del padre guardián y de los visitadores, botica, ropería, quince varas lineales de una tapia de mampostería, para cercar la huerta, y los corrales y por último, una nueva enfermería y las habitaciones de la comunidad.

Pero, ni las obvenciones de doña Beatriz de Miranda o de Romero de Terreros hubieran sido suficientes para sufragar los gastos de edificación de este amplísimo convento de no haber contado con las aportaciones de los fieles y la realización de la feria anual en honor del santo patrono, realizada alrededor del 4 de octubre de cada año, en la que por licencia especial, el convento recababa derechos de piso a los vendedores, el diezmo de las ventas realizadas —que debieron haber sido cuantiosas, pues era el fin de las cosechas— y desde luego las limosnas recaudadas en los servicios religiosos.

Así nació la feria de San Francisco, entre el humo de los altares y olor de las frutas y legumbres recién cosechadas, sin olvidar la venta de ganado mayor y menor, realizada alrededor del monasterio. Hoy, la pandemia nos impide una vez más de gozarla, pero no habrá pachuqueño que la olvide y la evoque, como lo hizo en 1968, el pintor hidalguense Jesús Becerril, en el cuadro que engalana esta entrega.

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