Isaac Piña Pérez, paradigma generacional
 
Hace (23) meses
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Trece años de labor periodística de Criterio
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El pasado viernes 29 de abril, se cumplieron 53 años —toda una vida— de la muerte del profesor y licenciado Isaac Piña Pérez, el hombre que mi generación reconoce con un auténtico paradigma de nuestras vidas, sobre todo, para quienes abrazaron los caminos ya de la abogacía y de la historia, o, bien, de la literatura, o todos juntos. Aquel martes de abril de 1969 fue un momento fatídico, que nos marcó para siempre.

De sus padres, el maestro Malaquías Piña Jusue y de su madre Lucía Pérez, ambos originarios de Metztitlán, heredó el genio creativo, pero sobre todo el don de la enseñanza, como lo constataron quienes conmigo fueron sus discípulos en la antigua Escuela de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Hidalgo y mucho antes, con quienes recibieron sus enseñanzas como mentor de diversas escuelas públicas.

Su biografía describe la vida de un hombre inquieto y siempre creativo; desde niño escribía ya poemas con inspirado acento, más tarde en su juventud compaginó la literatura con la docencia y esta con sus estudios como abogado en la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad Nacional Autónoma de México, incursionó también y con gran éxito, en los terrenos Clío —musa de la Historia— donde logró desentrañar importantes capítulos en la historia de Hidalgo, entonces en ciernes. Al retomar los senderos Euterpe —la musa de la poesía— le encontramos como integrante del grupo Vórtice, donde en unión de Margarita Paz Paredes, José Muñoz Cota, German Liz Arzubide y otros poetas, logran publicar su gran producción literaria

Como abogado, se desempeñó como alto funcionario del Poder Judicial del Estado de Guerrero, del que fue Magistrado del Tribunal Superior de Justicia, de donde regresó para incorporarse a la Procuraduría de Justicia del Estado Hidalgo como subprocurador y procurador y finalmente como diputado, representante de su distrito natal: Metztitlán.

Para entonces había concluido ya trabajos sobre diferentes tópicos de nuestra historia regional, tales como El Confinamiento de Melchor Ocampo en Tulancingo, Historia de la creación del Estado de Hidalgo, la Etapa precursora de la Revolución en el Estado y su Historia del Estado de Hidalgo —por mucho tiempo perdida, hoy rescatada por su hija la ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación doctora Norma Lucia Piña Hernández— y desde luego el trabajo su trabajo de ingreso a la Academia Nacional de Historia— Origen de Pachuca y su vida durante el siglo XVI.

La amable faz de su cara, en la que destacaban los inseparables anteojos de cristales verde claro —los que vi desechos el día de su muerte— daban marco a la nariz de dimensiones regulares y al bigote finamente recordado, su mirada reflejaba la serenidad de su inteligencia y la sabiduría de sus pensamientos. Como recordar aquí aquellas sabrosas charlas en el café Niza —de las calles de Doria en Pachuca— en las que nos narraba sus prolongadas estadías en la Biblioteca Nacional, entonces establecida en el antiguo templo de San Agustín, del centro de la Ciudad de México, donde logró consultar a los cronistas del siglo de la conquista, como Torquemada o Betancourt, Baltasar de Medina o Alvarado Tezozómoc, de los cuales abrevó los primeros capítulos de su Historia del Estado.

Pero tal vez lo que dejó mayor huella entre los integrantes de mi generación fue la extraordinaria manera de impartir sus cátedras de Derecho Internacional Privado y Filosofía del Derecho en las que a sus amplios conocimientos agregaba su pasión por lo docencia, cada explicación ya del “iusnaturalismo español”, como de la complicada “filosofía hegeliana”, se convertían en extraordinarias explicaciones jurídicas.

Cómo no recordarle en los vetustos salones del edificio universitario de Abasolo, parado frente al negro pizarrón, lleno de palabras y dibujos pergeñados al calor de la explicación de cada tema, mientras saboreaba uno de esos cigarrillos de su predilección —Monte Carlo extra con filtro— todo ello ante el absoluto y respetuoso silencio y admiración de los alumnos.

El 1 de abril, como muchos habían adelantado y gracias a su capacidad, conocimiento, pero ante todo rectitud, el gobernador Sánchez Vite, le designó Procurador de Justicia en el Estado, cartera por demás difícil en aquel 1969, año del relevo en el gobierno local. La tarde del día anterior, llegó más temprano que de costumbre al café Niza, pues sobre las 7 de la noche se presentó en el despacho de la procuraduría en la Casa Colorada —hoy escuela Vicente Guerrero— para recibir los bártulos de la oficina.

Atrás quedaron las incursiones a bordo su de su Volkswagen blanco —al que bautizamos como el Humboldt— testigo de nuestras pesquisas arqueológicas y visitas a los archivos parroquiales o municipales. Una tarde, la del lunes 28 de abril de 1969 —un día antes de su muerte— nos dijo “los que puedan, nos vemos el miércoles —1 de mayo— después de la ceremonia obrera, vamos a Cuauhtémoctzin —al norte de Pachuca— donde han encontrado mucha cerámica del periodo azteca”.

Ya no hubo oportunidad de acompañarlo, dos días antes —el 29 de abril— en cumplimiento de su deber, el helicóptero en el que viajaba a Zacualtipán, se precipitó sobre la calle de Hidalgo, en Pachuca, en su Pachuca, la ciudad que estudió como nadie hasta entonces, y ahí se perdieron con él muchos sueños iniciados para rescatar la hasta entonces desconocida historia de nuestra entidad federativa

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