El nacimiento viviente de la parroquia de la Asunción
 
Hace (52) meses
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Don Mariano Iturría Mora Iparraguirre, cura y juez eclesiástico, llegado a Pachuca a finales del siglo XVIII, era un sacerdote creado en el seno de la ilustración española. Cuando llegó a la parroquia de la Asunción en este antiguo Real de Minas era ya un hombre maduro, que frisaba los 40 años, egresado del Colegio Jesuita de San Pedro y San Pablo, adquirió el grado de Doctor en Teología, pero, ante todo, fue un extraordinario emprendedor de cuanta obra pudiera acarrear beneficio para sus fieles.

En el 1782 se le encontraba ya emprendiendo la construcción del Puente de Gallo, única línea de comunicación por muchos años, entre el oriente y el poniente de Pachuca. Para concluir aquella magna obra, con el apoyo del alcalde mayor, José de Jesús Belmar, organizó ferias y saraos que mucho sirvieron para financiar aquel robusto puente.

También se han localizado en el Archivo Parroquial –del templo de Nuestra Señora de la Asunción– datos precisos del libro de fábrica del templo de San Miguel Cerezo –antes Real de Arriba–. Su nombre figura también como superior del vicario Mariano Matamoros, durante su estancia en Pachuca, entre el 4 de abril de 1799 y el 10 de noviembre de 1801.

Finalmente, la Gazeta de Méjico (sic) elogiaba a finales de la dieciochesca centuria su entusiasta participación en proyectos de educación, puestos en práctica por los frailes de la descalcez franciscana del Colegio Apostólico de Propaganda Fide en Pachuca.

Era, en fin, un hombre muy querido por los pobladores, no solo de Pachuca, sino de varios sitios aledaños a esta ciudad, tales como Real del Monte, Zempoala, Tornacuxtla, San Pedro Tlaquilpa y otros de la región, que fueron beneficiados con diversas obras, aunque a la par de estas bondades personales, don Mariano era también, a decir de sus fieles, un hombre santo, como lo prueban los hechos que se narran en esta crónica.

Contaba la conseja popular que el 24 de diciembre de 1799 –mañana se cumplirán 220 años– el Padre Iturría había dispuesto una gran celebración para recordar el nacimiento de Jesús en Belén; la parroquia se engalanó con un inmenso nacimiento franciscano que cubría prácticamente todo el costado norte del presbiterio en el innovado templo –se había reabierto al culto en 1719, después de desplomarse en 1647 el primitivo–. Los fieles se solazaban al ver aquella muestra realizada con figuras de barro de tamaño natural, iluminadas por cirios y candelabros que enmarcaban la celebración de las misas matutinas –de 6 y 7 de la mañana y la de las 6 de la tarde– lo que bien aprovechaba aquel cura de origen hispano nacido en Guipúzcoa, al norte de la península ibérica, para construir sus homilías sobre el mensaje que significaba el nacimiento del mesías en un humilde pesebre.

Pero es el caso que la mañana del martes 24 de diciembre de 1799, grande fue la sorpresa del padre Iturría cuando al iluminar el bellísimo nacimiento franciscano se encontró con que los santos peregrinos –María y José– no estaban en el nacimiento, ¡habían sido robados por manos criminales desconocidas.

La homilía del padre Mariano se dedicó ese día a reprochar aquel robo infame. Aquel mismo día se dio a la tarea de buscar una solución para tal problema. Se desechó desde luego la posibilidad de conseguir una nueva pareja de barro, pues resultaba difícil acudir al taller del fabricante en el barrio de La Luz de la ciudad de Puebla – ya que significaría dos o tres días de acuerdo a las comunicaciones de la época–- imposible sería también pedirlas prestadas a otro templo, pues independientemente de que las tuviera del mismo tamaño, seguramente se estarían exhibiendo en esas épocas.

Mucho caviló el padre Iturría en busca de soluciones hasta que una de las integrantes de la piadosa cofradía de la Virgen Asunta a los Cielos, sugirió que, como las figuras eran de tamaño natural, ocuparan su lugar dos personas –una  joven pareja– ataviada con las vestimentas de la  Virgen y San José, inclusive se propuso a diversas personas, hasta que finalmente se eligió a María Teresa Frausto y a Lope Reveles, dos jóvenes, ella nacida en el seno de una  familia minera; él, hijo mayor de un matrimonio de comerciantes del pueblo de San Guillermo, en el camino a Real del Monte.

El documento donde constan estos hechos, señala que fue tal éxito de esa experiencia que al año siguiente se repitió, incorporando a un bebé recién nacido por aquellas fechas, luego a los reyes magos años, después a los pastores, hasta sustituir a todos los personaje que intervenían en el nacimiento de la parroquia, que se convirtió así en un cuadro viviente, que pronto cobró fama por toda la comarca, atrayendo a cientos de visitantes y participantes a los oficios religiosos de la llamada Noche Buena.

Imposible es saber hasta cuando se repitió aquella experiencia, lo que bien pudo suceder hasta que el padre Iturría abandonó la parroquia de la Asunción de Pachuca por ahí del 1811 o 1812. Lo cierto es que el éxito de aquel nacimiento viviente permitió obtener fondos, primero para adquirir las imágenes que permanecerían en el nacimiento hasta el 6 de enero, pero también, para remozar retablos y alteres interiores de aquel recinto religioso, tal es la historia que se cuenta en los viejos papeles y documentos que contienen la historia de esta muy noble y leal ciudad de Nuestra Señora de la Asunción y Real de Minas Pachuca.

La fotografía que ilustra esta entrega, corresponde a la Parroquia de Asunción en Pachuca en el año de 1917.

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