Hijo de foodie…
 
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Hijo de foodie…
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Los hábitos y apertura de la madre son fundamentales en el consumo alimenticio de los hijos.

Se estima que un niño puede elegir libremente qué comer hasta los 12-14 años; antes de eso, selecciona entre dos o tres opciones impuestas por mamá, come lo que se le ordena o comparte su comida. Esto genera un rumbo determinante en los hábitos y gustos del adulto.

Las fobias y filias del seno familiar se ven reflejadas en la educación de cualquier niño: aquellos comestibles placenteros para la madre tienen ganado casi el mismo gusto en sus hijos, pues los habrán comido en repetidas ocasiones; un alimento rechazado por ella será poco común en el menú cotidiano.

Un niño necesita ser expuesto repetidamente a todos los alimentos, pues la costumbre lleva a aceptar nuevos sabores y texturas. Se calcula que, para ser totalmente aceptados por el infante, deben probarse hasta 10 veces.

Es ahí donde la influencia positiva del ejemplo, la cultura y creencias de la madre, se reflejan. Al tener la posibilidad de disfrutar un amplio rango de alimentos, el niño podrá estar bien nutrido y ajustarse a la temporalidad.

Además, el comer juntos desarrolla sus habilidades de comunicación, convivencia, respeto y modales. Aquí entran en juego otros factores: pertenencia, tradición y legado familiar.

En nuestro país, la cercanía entre madre e hijos es notoria, especialmente en el arraigo y la transmisión boca a boca de las más bellas y poderosas tradiciones; una de ellas, la cocina tradicional.

La comida, el acto más común y ancestral de reunir al grupo más íntimo de la sociedad, es un espacio siempre abierto al intercambio y cercanía de ideas y momentos. Pasados los años, es remembranza el cómo lo preparaba la abuela o la madre, un acto espiritual de reconexión con la familia.

Esto influye de manera trascendental: vivimos comparando y añorando esas preparaciones cotidianas o festivas; por ejemplo: en nuestro país hay igual cantidad de recetas de salsa verde, frijoles o arroz que familias.

El gusto picante, los quelites, sazonadores y especias utilizados varían según se hayan transmitido de generación en generación y se enriquecen con el cruce de familias. De ahí que siempre se extrañen los frijoles de la abuela con hoja de aguacate, un toque de chile manzano, comino y epazote…

No hace mucho -y el clásico del cine mexicano ¡Ay, qué tiempos señor Don Simón! no me dejará mentir-, esto se llevaba incluso a la competencia; las preparaciones familiares se guardaban con recelo, el recetario era un tesoro familiar, un legado que no se compartía si no era de la manera correcta.

Las mamás hacen de la comida un acto de convivencia y cariño. Es importante alentarlas a que sea variada, nutritiva, con los ingredientes más naturales posibles y que siga transmitiendo las tradiciones familiares.
Por mi parte, gracias Loli y Lolita por todo su cariño, por unir a la familia alrededor de la mesa y cocinar tan bien.

Juan Miguel Prada I Agencia Reforma

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