Una sombra ronda por los aposentos de la casa solariega de Don Juan.
A veces la sombra va a la sala de armas y contempla las espadas que ahí se ven, entre ellas la que usaba el sevillano en sus duelos y pendencias. Luego sube a la torre de homenaje y desde ahí mira el oro del sol reflejado en las aguas del Guadalquivir. Después sale al jardín y ve, triste, los pétalos caídos de las rosas de otoño.
Ahora la sombra pasa por el corredor que da a la sala. Ahí está su hija, hermosa y cándida, sentada en un sofá. De rodillas ante ella un apuesto galán le dice con insinuante voz: “¡Ah! ¿No es cierto, ángel de amor, que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor?”.
Un estremecimiento sacude a Don Juan. Su hija será burlada por ese hombre.
Pero el antiguo seductor no puede hacer nada.
Ya está muerto.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“. No encuentran a Javier Duarte.”.
Búsquenlo hasta en el infierno,
pero seguirá perdido.
El señor está escondido
con permiso del Gobierno.