La mamá de este niño es prostituta. A mí me da vergüenza toparme con él cuando va a la escuela. Me saluda alegremente, pues me conoce bien. No sabe a qué voy a su casa -su mamá lo hace salir cuando yo llego-, pero yo sí lo sé, y encontrarme con el niño me apena, y más cuando veo la forma tan cariñosa en que me mira y me sonríe. Cree que soy su tío; eso le dijo su mamá, y él a su mamá le cree todo. Para este niño Dios y su mamá son la misma cosa. Ella me contó que el niño le preguntó una vez: “Mami: ¿por qué tengo tantos tíos?”. Me lo contó riendo, como si aquello fuese una gran broma, y eso me molestó muchísimo, no sé por qué. Sentí ganas de salir de la casa y no volver. Si no salí fue porque ella se estaba desvistiendo ya, y la vista de su carne morena me detuvo. Voy ahí una vez por semana. Ni siquiera sé por qué lo hago: mi esposa me da buen sexo, y es más guapa que la mujer. Pero en seis años de casados no hemos tenido hijos, y los médicos dicen que es por ella. En ocasiones pienso que voy con aquella mujer por venganza. Todos mis amigos ya tienen hijos. Una noche, andando en copas, uno me dijo: “¿Te echo una manita, manito?”. Los demás rieron a carcajadas, y otro añadió: “Aquí estoy yo también, para lo que se ofrezca”. No dije ni hice nada, aparte de sonreír estúpidamente. Dejé de ir a las reuniones. Fue entonces cuando empecé a visitar a la mujer. Un día le pregunté, pues no uso condón cuando estoy con ella: “¿No tienes miedo de que te embaracen?”. Dijo que no. “Ya estoy operada”. Sentí una extraña decepción al saber eso. Me habría gustado embarazarla yo. A falta de eso me dio por ver a su hijo como si fuera mi hijo. A la mujer le pedía que no lo hiciera salir cuando iba yo. Le llevaba dulces al niño; con frecuencia le compraba algún juguete; o ropa. Le regalé la camiseta de su equipo favorito de futbol, y eso lo volvió loco. Un día le conté un cuento -el de Aladino y la lámpara maravillosa-, y le gustó tanto que cada vez que iba me pedía que le contara otro. A mi esposa le sorprendió que comprara yo libros de cuentos para niños. Le dije que me recordaban mi infancia. De ahí sacaba los relatos que luego le contaba al niño. Un día, estando en casa de la mujer, ella fue a la cocina a traerme un café. El niño me preguntó de pronto: “Tío: ¿qué quiere decir ‘puta’?”. Me asusté. Le pregunté lo que, supongo, pregunta cualquier papá en esas circunstancias: “¿Dónde oíste esa palabra?”. Contestó: “Un niño de la escuela me dijo que mi mamá es puta”. Sentí como un golpe el corazón. Le pregunté: “¿Tú qué crees que quiere decir esa palabra?”. Me dijo: “Pienso que quiere decir bonita”. “Así es -le dije-. Esa palabra quiere decir bonita. Pero tú no la digas: di mejor ‘bonita’. Sobre todo, no le vayas a contar esto a tu mamá”. “¿Por qué? -se extrañó él-. Le va a gustar que mis amigos digan de ella que es bonita”. “Sí -le dije-. Pero tú la conoces. Si lo sabe se va a chiflar, y se pondrá inaguantable con nosotros”. Él rió, divertido, y me prometió que no le contaría a su mamá lo que su compañero le había dicho. Sigo yendo a ver a la mujer, pero le pido que no haga salir al niño. Me gusta jugar con él; contarle el cuento semanal; saber cómo le va en la escuela; oír sus pequeñas aventuras: Y sus desventuras, que él no sabe que lo son, pues todos los niños le dicen lo mismo: que su mamá es bonita, pero con aquella palabra que él no entiende. A veces, cuando el niño no está, le hago el amor a la mujer. Y sucede algo raro: ya no me cobra. Dice que para su hijo soy como un papá, y que me lo agradece. Yo siento bonito que me diga eso, pero luego, cuando estoy con mi esposa, siento feo. La verdad, no me entiendo. La verdad, no entiendo. FIN.