Llegó el número uno y me dijo sin más:
-Soy el número uno.
Respondí:
-No me pida que lo felicite. Ser el número uno es una tremenda responsabilidad.
-Siempre la he asumido -aseguró-. Jamás he aceptado ser el número dos. Usted ¿qué número es?
Le contesté:
-Nunca me he numerado. Soy una persona, no un número. Y si alguien me numera no me interesará saber mi numeración.
-Tampoco a mí me interesará conocerla -me dijo el número uno-. Por lo que me dice estoy seguro de que no es usted el número uno.
Le dije:
-También yo tengo la certidumbre de que no lo soy, de modo que puede usted estar tranquilo.
Se fue el número uno con la seguridad de que era el número uno. Yo lo compadecí. Todos aquellos que creen ser el número uno me inspiran una profunda compasión.
¡Hasta mañana!…
“Salieron los novios del templo, y les arrojaron arroz”
Me quedé muy sorprendido
al ver lo que sucedía:
el que al novio le caía
quedaba al punto cocido.