San José es la figura más humilde del portal. En las antiguas pinturas de la Natividad aparecía siempre al fondo de la escena, inadvertido casi. La mulita y el buey, junto al pesebre, ocupaban mejor lugar que él. Y es que su presencia -pensaban los anónimos artistas- podía poner sombras humanas en la maternidad divina de María.
Por eso es grande San José: por su humildad. Sin palabras él también le dijo al Padre: “He aquí el esclavo del Señor; hágase en mí según su palabra”. También él creyó en lo imposible; de su fe y de su amor emana su grandeza.
Ni la fe ni el amor son ceguedad. La fe ayuda a ver lo que no se puede ver; el amor mira más allá de lo que los ojos alcanzan a mirar. Este santo señor San José, tan invisible y silencioso, supo amar y supo creer. En eso, en el amor y en la fe del que sabe esperar, están las raíces de la santidad.
¡Hasta mañana!…
MANGANITAS
“. La Nochebuena se viene.”.
Una muchacha muy buena,
pero avanzada en edades,
tuvo muchas Navidades
y ninguna Nochebuena.