Para la jornada electoral de 2018 ya se anotaron varios y la lista puede engordar. De todos los que solitos se suenan no hay uno sólo que cuente con el capital político para arribar, a través de las urnas, a la Presidencia de la República. Todos los nuevos suspirantes, con inclusión de una precandidata panista, no tienen simpatías minoritarías ni mayoritarias para competir en realidad en esa lucha por las preferencias.
En este contexto, Andrés Manuel López Obrador vuelve a encabezar, por tercera ocasión, la carrera por la titularidad del Poder Ejecutivo federal desde el año entrante hasta el 2024. Por tercera ocasión el tabasqueño confía en el grueso electorado que le ha respondido en sus dos lances anteriores y que señores y señoras del INE y del Trife han defraudado en esas dos jornadas (2006 y 2012).
La primera defraudación electoral no tuvo desperdicio. En esa jornada de 2006, el político de Macuspana encabezó de manera sobrada hasta las encuestas de sus adversarios; nutridos mítines anunciaban el triunfo inevitable del ya famoso Peje ante un par de infumables candidatos del PRI y del PAN (en ese orden). Roberto Madrazo se desdibujo de manera muy temprana ayudado por la campaña en contra de una “guerrillera” que en el actual sexenio de Enrique Peña Nieto se encuentra bien presa por varios delitos que se sabían desde hacía 20 años.
López Obrador iba en caballo de hacienda rumbo a Los Pinos y con ello se cumpliría el vaticinio del ya fallecido empresario Juan Sánchez Navarro, en el sentido que de primero llegaría a la Presidencia el neopanista Vicente Fox Quesada, y luego arribaría Andrés Manuel López Obrador, pese al desafuero que le enderezó Fox (El alto vacío, para los periodistas que lo recuerdan).
Sin embargo, desde Guadalajara, Jalisco, la encuestadora GEA-ISA sacó del atascamiento al candidato panista de 2006 de odiosa memoria, Felipe Calderón Hinojosa, quien de un día para otro fue ubicado como segundo en la carrera desde el lejano tercer lugar que, realidad, nunca dejó. Y en unos cuantos días más lo pusieron a la par del Peje en la carrera por la Presidencia, hasta alcanzar finalmente el nombramiento de presidente por parte del Instituto Electoral de entonces y el Tribunal Electoral del Poder Judicial (Trife, en la jerga popular) por la mitad de un punto porcentual.
Ante la descarada manipulación y fraude, Andrés Manuel López Obrador se tragó el “yo no me dejó” y no peleó hasta sus últimas consecuencias el triunfo que de manera legal le correspondía. En 2012, la triquiñuela electoral fue en otro sentido: las urnas se llenaron de votos comprados y llegó a la Presidencia su actual titular, Enrique Peña Nieto. Esto es, ante el fiasco que resultó dar a los panistas dos veces la titularidad del Poder Ejecutivo federal, se optó por el retorno del PRI a Los Pinos. En este lance, es dable deducir que López Obrador perdió votos por su “República amorosa” y por el perdón público que dio a Felipe Calderón sin que éste ni nadie lo pidiera.
Luego de este par de “histerietas” es fácil deducir que al político tabasqueño le preparan otra defraudación con candidato del PRI o del PAN, para el caso da igual, pues ambos partido están mano a mano en el poder presidencial mexicano. Tanto, que pronto empezarán a inflar a uno o una aspirante tricolor o albiazul para contender contra quien encabeza las preferencias (digan lo que digan las encuestas adversas y medios informativos afines).
“La tercera es la vencida”, dijo el Peje, pero las elecciones no son de suerte y es lo único que tiene la ciudadanía para contender en la verdadera arena política.