El miércoles 23 de junio se decidirá mediante referéndum si el Reino Unido (Inglaterra, Irlanda, Irlanda del Norte, Escocia y Gales) reniega de la Unión Europea (UE) y se aleja del continente. Esto que parece sencillo (una votación más) tiene el riesgo de alterar el concepto de unidad que se propugna desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Si el Reino Unido reniega de ella -los sondeos estiman un voto favorable a la salida, por seis puntos, en contra de los que desean quedarse- alterará el statu quo de las finanzas internacionales.
En principio, el llamado sistema de globalización se verá sometido a una crisis a corto plazo, en tanto que se arregla la casa común europea. La salida del Reino Unido afectará no sólo a los propios británicos y a los 28 países europeos que forman la UE sino al resto del mundo, México incluido. ¿Está México preparado para una hipotética salida del Reino Unido de la UE?
Vale decir que las instituciones económicas y políticas más importantes del mundo están en contra de la salida, empezando por el gobierno norteamericano, que tiene en la isla su “plataforma natural” para relacionarse con el resto del continente.
Parece contradictorio que, mientras los países de la antigua Unión Soviética (qué raro suena), pretendan formar parte de la UE, haya uno de la importancia de GB (Gran Bretaña) que quiere dejar el club de los países más ricos y democráticos del planeta.
¿Por qué un sector de los británicos desea marcharse de Europa, desoyendo los consejos del FMI, BM, Banco Central Europeo (BCE), la City británica y otras tantas instituciones financieras que sería casi imposible nombrar?
Antes de contestar esa inquietante pregunta hay que recordar que esta angustia (artificial) fue propuesta por el actual primer ministro conservador, David Cameron, para seguir al frente del gobierno. O sea, propuso un referéndum para que los británicos tuvieran la ocasión de dirimir, de una buena vez, si quieren seguir siendo parte de Europa continental –compartiendo lo bueno y lo malo con naciones que, si bien tienen un tronco común, hay visibles diferencias, empezando por el idioma-, dejándose de una calculada ambigüedad.
“Debemos recordar siempre que somos vecinos, pero no parte del continente”, dijo Henry St. John, vizconde de Bolingroke (1678-1751), para definir la posición original de Inglaterra, especialmente.
Inglaterra está tan cerca del continente que desde la playa francesa de Calais se ven las blancas costas de Dover, “tentación para el invasor”, en palabras del francés André Maurois. Durante miles de años, en sus orígenes, estuvo unida a Europa, y el río Támesis, durante largo tiempo, fue a verterse en el Rin.
“Insular pero no aislada”. Como dice Maurois, Europa está demasiado cerca para que la insularidad de ideas y costumbres de los ingleses carezca de influencias. “Puede incluso decirse que esta insularidad es más un hecho humano que un fenómeno natural”. Y ya ven, muchos británicos no quieren saber nada de la UE y de las decisiones burocráticas que proceden de Bruselas, la capital de los europeos unidos. Suponen que pierden más de lo que ganan.
Esto que parece favorable a quieren reniegan de seguir las líneas de Bruselas, podría facilidad a los europeos que forman parte de la UE una claridad de conceptos en cuanto a su relación con el Reino Unido, hartos de soportar un día y otro también, las presiones para obtener beneficios. De hecho, que más beneficio para Londres que seguir usando su propia moneda, en contra del euro, que es la que los 28 países de la UE, utilizan. Su soberanía sigue intacta, lo que enfada al resto de los europeos, que le permiten ciertas alegrías, con tal de tenerlo entre sus filas. Entre ellas, que manejen sus fronteras y no formen parte de la política de libre circulación de los países miembros (26 en este caso).
En cambio tienen un poco atadas las manos en materia comercial, algo mínimo, lo que les permite tener voz y voto en grandes decisiones. Es decir, no pueden firmar tratados comerciales por libre, sino mediante la UE, lo que choca con el tratado de libre comercio que negocian la UE y Estados Unidos, que por cierto, perjudica a los europeos.
Hasta el día 23, las presiones internacionales contra el “Brexit” (salida del Reino Unido de la UE) se mantendrán. Van a votar a favor de seguir en la UE hasta los nacionalistas escoceses que decidieron formar parte de Gran Bretaña. Pero los que quieren irse parecen mayoritarios en Inglaterra y Gales. El rechazo también ha unido a las dos Irlandas que, tras el acuerdo de 1998 (ausencia de barreras) ha simbolizado la paz y la relativa prosperidad de la que gozan.
Obama ha avisado a Cameron que el “Brexit” dañaría el comercio bilateral. La advertencia implica que, en caso del Tratado comercial entre la UE y Estados Unidos, Londres tendría que ponerse “al final de la cola” para alcanzar su propio tratado.
En fin, estamos ante una bomba de relojería que puede estallar, o no, el 23 de junio, a la vuelta de la esquina.
Debate electoral en España y el futuro gobierno en el aire. Elecciones generales para el 26 de junio, tres días después del “Brexit”. No hay más disyuntiva que un gobierno de izquierda (Unidos Podemos-PSOE) o de derecha conservadora (PP-Ciudadanos). La gran coalición (PP-Ciudadanos-PSOE) evitaría lo primero, si se impone “el sistema” que añora el bipartidismo. Caerán cabezas.