Este pintor se llama Edward Hopper.
Es norteamericano, pero ahora -mediados del pasado siglo- está en una pequeña ciudad del norte de México. Esa ciudad se llama Saltillo. Tiene una hermosa catedral y un bello sitio lleno de árboles al que los lugareños llaman alameda.
Nada de eso le llama la atención a Hopper. Lo que le atrae es el cine de la localidad. Se llama Cinema Palacio, y su edificio está construido en el estilo art déco. El pintor sube a la azotea del hotel donde se aloja y desde ahí pinta aquel cine.
Ahora ese cine ya no es cine. Es una zapatería. Desapareció el alto y elegante anuncio con su nombre. Pocos recuerdan ya sus glorias del ayer; su elegancia, la belleza de su arquitectura.
Pero el Cinema Palacio sigue viviendo en el cuadro de Hopper. Ahí vivirá por siempre, con esa eternidad que tiene la belleza.
El arte dura más que la vida.
La vida dura un instante solamente.
El arte queda para siempre.
¡Hasta mañana!…
“Una joven mujer dio a luz triates”
Los tuvo a los nueve meses
-eso yo lo certifico-,
y decía: “No me explico.
¡Nada más lo hice dos veces!”.