“¡Finalmente!”. Después de dos meses y medio de espera y restricciones debido al coronavirus, la italiana Alba Fiore pudo volver a misa en la iglesia de Santa María en Traspontina, a pocos pasos del Vaticano, y recibir como deseaba la comunión.

A partir de ayer, la celebración de la misa fue autorizada en las 25 mil parroquias de la península, pero con la condición de que se respete un protocolo específico para evitar la propagación del virus, que ha causado la muerte de unas 32 mil personas en el país, entre ellas unos 120 sacerdotes.

Alba, una devota católica de 83 años, que en contadas ocasiones ha salido de casa durante el largo encierro, siente “una nueva aurora” al entrar a su iglesia, un templo del siglo XVI, con mármoles que provienen del Coliseo romano e importantes reliquias.

“Fue pesado estar siempre en casa”, confiesa a la AFP la anciana maestra, apasionada de la lectura, que ha devorado en las últimas semanas tres volúmenes de la novelista italiana Elsa Morante.

Ayer, antes de ingresar a la misa, utilizó la botella de gel desinfectante colocada a la entrada, se ajustó la mascarilla obligatoria y se sentó en uno de los bancos, dispuestos a una buena distancia los unos de los otros.

“Está todo organizado con mucha atención, me siento serena”, aseguró.

“No se hace fila para la comunión y se recibe en las manos”, explicó el cura, prácticamente enmascarado, mientras hablaba al micrófono desde el altar barroco.

El episcopado italiano tuvo que protestar para poder reanudar las misas, una controversia que obligó al papa Francisco a intervenir, con éxito, para reconciliar al estado italiano con los obispos.

AFP I Roma