La noche del 11 de diciembre, Meiling Lio durmió hasta las 6:00 horas tras salir de la Basílica de Guadalupe encontró muchos perros abandonados.
La suya es una manda distinta a la del resto de fieles que entre este miércoles y jueves arribaron al atrio del templo mariano.
Meiling, de 21 años, y un grupo de voluntarios se dedican a recoger perros abandonados en La Villa como parte del peregrinaje de millones de personas de la Ciudad de México y otras entidades.
“Realmente ha sido una experiencia dulce y a la vez no, porque ves tanta gente que se involucra, pero a la vez te das cuenta que son muchísimas más personas las que están dejando a sus perros en las peregrinaciones y hasta gente de la comunidad que aprovecha también para sacarlos”, dice, acariciando un pitbull herido.
Se trata de voluntarios del Comité Independiente de Protectores de Animales (CIPA), que en años anteriores ha rescatado hasta 100 canes de calles y jardineras de La Villa, e incluso perros abandonados al interior de la Plaza Mariana o atrio de la Basílica.
Ayer, poco antes del atardecer, Angélica Solís, una de las organizadoras de las brigadas de rescate, llega al módulo ubicado en la Calle Juan de Zumárraga para encontrar que de la carpa fueron sustraídas mesas y hasta el único foco para iluminar las jaulas donde mantienen temporalmente a los ejemplares rescatados.
“En esta Alcaldía tengo tiempo viniendo junto con otros protectores, hay un problema muy grave de que hay demasiados animalitos y sobre todo ahorita, por las fechas del 12 de diciembre, tenemos el punto de los peregrinos que traen a los animalitos o se les pegan en la carretera porque les dan de comer”, relata.
Sin embargo, una vez que las promesas a la Virgen de Guadalupe son satisfechas, quienes llegaron a pie, en bicicleta o en motocicleta abordan autobuses para regresar a sus entidades de origen. Los animales no siempre son bienvenidos en el regreso.
Solís Quiroga lleva cinco años rescatando a los perros. Sin embargo, el trabajo ha sido legado por otras asociaciones que llevan más tiempo, hasta 10 años, con la misma tarea ardua, que implica transportar a los canes a refugios y hogares temporales.
“Se les hace un protocolo de salud y se les baña, se les esteriliza, se les prepara justo para que puedan ser dados en adopción. Tenemos varios hogares temporales, yo tengo dos, uno en Morelos y otro en San Miguel Topilejo”, explica.
En realidad basta con que Angélica o alguno del puñado de voluntarios camine desde el módulo hacia las escalinatas de la Basílica, en alguna jardinera o plancha de concreto donde solía haber una casa de campaña para encontrar un ejemplar deshidratado y cansado. La resistencia es mínima.
Diana Hernandez De Paz
Agencia Reforma
