Imagen: Juan Villoro
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Hace (72) meses

Venezolanos

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En una transitada calle de Medellín vi un espectáculo circense. Aprovechando un semáforo en rojo, un hombre tendió una cuerda entre dos postes, subió ahí con habilidad, se paró sobre un pie, colocó una pequeña varilla en su boca, en la que hizo girar un balón, y lanzó al aire tres pinos de boliche para ejecutar virtuosos malabares. Todo en un par de minutos. Luego, el funámbulo volvió a tierra, retiró la cuerda y dio las gracias. ¿De dónde salía ese artista trashumante? “Es un venezolano”, explicó el escritor Hugo Chaparro Valderrama, que vive en Bogotá pero sabe que las esquinas de Medellín han sido tomadas por la más reciente ola de migración de Sudamérica: “Antes nosotros íbamos a allá a buscar trabajo; ahora es al revés”.
A la siguiente cuadra, una familia sostenía una cartulina en la que explicaba que venía de Venezuela sin trabajo ni dinero y pedía ayuda a los transeúntes. Tomé un taxi en compañía del novelista peruano Alonso Cueto y nos tocó un conductor de Caracas. Le pedimos que hablara de sus paisanos. Su narración fue tan dramática que tardamos en advertir que nos paseaba para que compartiéramos el costo de la migración.
De Colombia fui a Ecuador. Por comparación, cualquier aeropuerto que no sea el de la Ciudad de México resulta admirable. El de Quito es de una moderna funcionalidad y está ubicado en un imponente claro entre montañas. Llegué de noche y había poco tráfico en la carretera que desciende a la ciudad. En el primer semáforo, dos siluetas aparecieron entre jirones de niebla con una cartulina que decía: “Somos venezolanos. Necesitamos ayuda. Que Dios los bendiga”.
Al día siguiente, en el desayuno, alguien dijo que todos los días llegan a Ecuador cuatro mil venezolanos. Poco después me entrevistó un periodista que sólo tenía un interés en mente: “¿Qué opina de la migración venezolana?”. Dije que no conocía el asunto como para opinar de él. Tomó aliento y replanteó la pregunta: “Usted escribe crónicas, ¿cómo reportaría la migración venezolana?”. Expliqué que me tendría que informar del asunto y sugerí que actuáramos de ese modo, hablando de algo que nos resultara familiar a ambos. “Perfecto: los mexicanos migran a Estados Unidos. En comparación con eso, ¿cómo evalúa la migración venezolana?”.
Pero no fue el reportero sino la realidad lo que me impidió cambiar de tema. Alberto Barrera, autor, con Cristina Marcano, de Hugo Chávez sin uniforme, señala que Venezuela carece de tradición migratoria para adaptarse con facilidad al extranjero. Los desplazamientos han causado desajustes psicológicos y nuevas tramas sentimentales. Para mostrar otro efecto de la migración, me enlazó con esta información del sitio informateperu.pe: “La migración masiva de venezolanas hacia Perú, y especialmente hacia Lima, Arequipa y Trujillo, ha provocado que numerosos hogares terminen su relación. Esto debido a que algunas mujeres venezolanas atraen con sus atributos a los peruanos a tal punto de hacerles perder la cabeza”.
El sábado 15 de septiembre, día de mi regreso, ya solo tenía un tema en la cabeza. El aeropuerto que había operado como un reloj a mi llegada contribuyó a esta obsesión. Lo difícil no es salir de un país sino entrar a él, pero una multitud estaba paralizada en Migración. A mi lado, una española comentó: “Si esto no se mueve, voy a perder el vuelo”. Una hora después la frase dejó de ser profética: no nos habíamos movido.
En mi fallida entrevista dije que sabía tan poco de la migración a Ecuador como de nado sincronizado. Tres días después aventuré estas palabras en la fila inmóvil: “Deben estar haciendo un operativo por los venezolanos”. Resultaba tranquilizador asignarle una causa al caos.
Cuando finalmente llegó mi turno, una extenuada agente aduanal explicó así el marasmo: “El señor Maduro mandó un avión para repatriar venezolanos, el vuelo llegó fuera de itinerario y tenemos que cobrarle multa a los que han estado demasiado tiempo aquí, bueno, casi todos han estado demasiado tiempo aquí”. Noventa y dos venezolanos volvieron a su país de esa manera, cifra más bien simbólica.
La lentísima espera no sirvió para concebir una iluminadora explicación sobre los avatares de América Latina; si acaso, ofreció una metáfora de un continente donde unos se mueven en pos de una esperanza y otros descubren que la esperanza se reduce a la posibilidad de moverse.

 

Juan Villoro
Agencia Reforma

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