Después de décadas de creciente interdependencia económica, el Covid-19 está desafiando premisas subyacentes de la globalización, motivando a muchos países a priorizar sus intereses y de paso abriendo interrogantes acerca de la interdependencia e interconectividad que han caracterizado al sistema internacional desde el fin de la Guerra Fría. La “desglobalización” era ya un hecho antes del estallido de la pandemia, y ahora todo apunta a que esa tendencia se acelerará. Los gobiernos de todo el mundo, algunos de manera más eficiente y eficaz que otros, están reabriendo paulatinamente sus economías a velocidades distintas y al amparo de paradigmas y políticas dispares, buscando minimizar la dependencia con y hacia el exterior, un proceso que impactará a potencias y economías emergentes por igual.
El declive en particular de cadenas de suministro globales va a ser una calamidad para muchas economías emergentes y en desarrollo. Pero paradójicamente para México puede representar una oportunidad histórica si el gobierno juega bien sus cartas en los días y meses por delante con sus dos socios norteamericanos y con inversionistas nacionales y extranjeros. Ese potencial se basa en tres factores esenciales. El primero es la creciente confrontación entre Estados Unidos y China. Como resultado, EU está buscando activamente dónde reubicar sus centros de producción, y México es probablemente la mejor opción en virtud de la vecindad geográfica y las cadenas norteamericanas de suministro y plataformas de producción integradas. El segundo es la reciente ratificación del TMEC y su próxima entrada en vigor. Y el tercero es la importante depreciación del tipo de cambio, resultado de la incertidumbre internacional y la mayor percepción de riesgo en la economía, lo cual genera un aumento en la competitividad de nuestras exportaciones. Estos tres elementos crean condiciones únicas para que México encienda este poderoso motor económico y acelere el camino hacia la recuperación de la actividad productiva y el empleo.
El éxito en esta labor dependerá de varios factores simultáneos. Primero, que México haga la tarea para generar confianza y atraer inversión y certidumbre. Segundo, que busquemos con nuestros dos socios aprender del error de no haber coordinado ante el brote de la pandemia la designación simétrica de sectores e industrias estratégicas en virtud de esa interdependencia de las tres economías. Si bien ello ineludiblemente se dio en el contexto de nuestras respectivas características epidemiológicas, en este momento ya hay que paliar los efectos de esa descoordinación de origen, armonizando criterios lo más posible y sincronizando nuestros procesos de reapertura económica. Y tercero, hay que mandar un mensaje palmario e inequívoco a Washington con un golpe de timón diplomático y discursivo. Si México, como ha quedado demostrado, es un socio esencial para la reactivación económica de EU, entonces este presidente estadounidense tiene que dejar de caracterizar a nuestro país como una amenaza o frente de vulnerabilidad. Y de la misma manera, nuestros jornaleros agrícolas indocumentados —“ilegales” en el argot de la derecha xenófoba— no pueden ser esenciales en esta crisis y a la vez seguir viviendo en la sombra sin ningún derecho a la salud y con el temor de ser deportados.
Pocos eventos han detonado en EU preguntas tan apremiantes sobre la futura prosperidad y seguridad de los tres países norteamericanos que la actual mecánica de nuestras cadenas de suministro. Para México, hay una labor y oportunidad esenciales en los meses por delante. En la política exterior y particularmente en la relación con México, Trump desdeña el ajedrez y persiste en solamente jugar a las matatenas. Y hacerlo entender que las cadenas de suministro no se tratan de intereses privativos de EU, sino de la fortaleza y resiliencia de las tres naciones norteamericanas será sin duda una tarea cuesta arriba. Pero no debemos desperdiciar la banda ancha de atención que esta crisis ha generado sobre nuestras cadenas de suministro para liderar, planteando la importancia crucial que éstas encierran para nuestro futuro común. Si las tres capitales norteamericanas no aprovechan el momento, no solo se desperdicia-ría una oportunidad estratégica única y singular; sería un error calamitoso.