“He escuchado que va a haber una recesión.
Yo he decidido no participar.”
Walt Disney
La quiebra de Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, marcó el inicio de lo que se ha llamado la gran recesión. Se ha dicho que fue la crisis que nadie previó; pero, si bien es verdad que muy pocos lo hicieron, el economista neerlandés Dirk Bezemer señala, en “No One Saw This Coming”, que 12 individuos (académicos, asesores gubernamentales, consultores, comentaristas bursátiles y un estudiante de postgrado) previeron la recesión e identificaron que sería provocada por una crisis en el sector de la vivienda. Entre ellos se contaban los economistas Nouriel Roubini, Peter Schiff y Robert Shiller.
Algunos políticos y comentaristas han tratado de hacer de la gran recesión una lección ideológica. Dicen que la crisis demostró los males del capitalismo, la desregulación bancaria y la globalización financiera. Ignoran que la crisis surgió de una mala política pública del gobierno de George W. Bush en los Estados Unidos, que utilizó a dos bancos paraestatales, Fannie Mae y Freddie Mack, para promover créditos hipotecarios. El desplome de las hipotecas basura, sub-prime mortgages, muestra no una falla del sistema de libre empresa, sino más bien el daño que pueden ocasionar a un mercado las malas decisiones de un gobernante.
Bush estaba convencido de que para volver conservadora a la población estadounidense era importante que todas las familias tuvieran casa propia. Por eso inyectó una enorme cantidad de recursos gubernamentales a préstamos hipotecarios. La presión política para dar estos créditos era tan fuerte que no importaba si las familias no tenían empleo, ingresos o activos.
La burbuja creada por esta inyección artificial de dinero al mercado inmobiliario tenía que estallar tarde o temprano. Pero hubo otros factores en la crisis. Uno de ellos fue la política monetaria expansiva que la Reserva Federal mantuvo desde los años noventa, con la idea de que así podía evitar las recesiones de forma definitiva. Economistas como John Quiggin y Ben Bernanke afirmaron, en efecto, que la “gran moderación” era prueba de que con políticas financieras intervencionistas los bancos centrales podían eliminar las recesiones. No sorprende que no hayan previsto la crisis de 2008. La política expansiva de los banqueros centrales infló la burbuja e hizo que la ruptura se hiciera más violenta.
La crisis se expandió a todo el mundo, en parte porque muchos de los créditos impagables fueron ocultados en paquetes de bonos hipotecarios que daban rendimientos muy altos y parecían sumamente atractivos en un ambiente de bajas tasas de interés. Al final resultaron tóxicos. Los políticos se equivocaron tanto como los financieros. El 1ro de septiembre de 2008, el actual presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, declaró: “No veo los riesgos de una verdadera recesión europea.” La recesión tuvo lugar, sin embargo, tanto por contagio de la crisis estadounidense como por problemas internos, como una burbuja inmobiliaria en España y un excesivo déficit de presupuesto en Grecia.
La historia económica sugiere que las recesiones son inevitables ya que forman parte de los ciclos económicos. Son tan indispensables en estos ciclos como las fases de crecimiento. Como las bancarrotas, son dolorosas, pero necesarias para la depuración y renovación de los mercados.
La gran recesión fue consecuencia de malas políticas públicas: créditos impulsados desde el gobierno y el intento de lograr una gran moderación imposible de mantener. Preocupa que las lecciones no se han aprendido.
Por aprender
Por un tiempo pareció que los sismos de 1985 nos habían dado las lecciones que necesitábamos para construir mejor. Los de 2017, con su nuevo saldo mortal, ratificaron que aún nos falta mucho por aprender.