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Hace (74) meses
¿Habrá cambiado?
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Al igual que muchas personas, acostumbro guardar cosas, documentos, revistas, libros y demás artículos, que para otras personas no sirven para nada, pero siempre les encuentro algo de utilidad; cualidad o defecto, lo herede de mis padres, aunque mi madre ya no lo hace tan a menudo, es más, poco a poco se ha desprendido de muchas cosas. Aunque pareciera increíble, muchas de las cosas que guarde por décadas, al fin las he podido “sacar a la luz” en un pequeño lugar reservado que edifique para disfrutar de la convivencia de familiares y amigos.

Hace un par de semanas estaba buscando unos documentos que requería para hacer un trámite, así es que me avoque a adentrarme en un cuarto que terminó siendo como bodega de todo lo que no sirve de momento, pero que no puedo tirar y que le etiqueto con un “algún día me servirá”, para resumir, es el cuarto de los trebejos. Como siempre, al estar buscando, siempre encuentras cosas que inclusive ni te acordabas de tenerlas, cosas que en su momento le diste un gran valor y decidiste guárdalo por el simple hecho de que te recordaban buenos momentos.

Así me paso, al buscar el papel que necesitaba, me encontré con una hoja doblada por la mitad, en la que mi papá me decía que los Reyes Magos le habían encargado que me diera una bicicleta, por lo cual me mandaría una cantidad diaria para que la juntara y cuando tuviera el dinero suficiente, poder ir a comprarla a la Ciudad de México. Era el mes de enero de 1982, tenía 10 años de edad y los Reyes se despedían de mí con ese último regalo.

Aquella bicicleta la utilizaba principalmente los sábados; con ella me trasladaba al taller de carpintería de mi padre, para ayudar en pequeñas labores que me ponían a hacer él y mis hermanos. Recuerdo que cuando dominaba bastante bien aquella bicicleta Windsor rodada 26, el recorrido que hacía del Barrio La Surtidora hasta la calle de Cuauhtémoc, exactamente atrás de la antigua agencia de autos Ford en la avenida Juárez, donde se encontraba el taller, lo realizaba en menos de dos minutos y medio, iba como loco por las calles, tratando de hacer el menor tiempo posible, afortunadamente no había tantos automóviles como ahora, no había tantos peligros en las avenidas.

Todos los sábados y vacaciones de la escuela, me dirigía hacia el taller de carpintería, que posteriormente sólo fue una tienda de venta de artículos para carpinteros. Estuve regularmente ahí hasta los 18 años de edad, que fue cuando me tocó hacer el servicio militar obligatorio, ya no pude ir los sábados, y las vacaciones las ocupe para hacer otras cosas. Había terminado mi ciclo de visitar continuamente la calle de Cuauhtémoc. Pero seguía visitando a mi padre con regularidad, para recibir el dinero que le mandaba a mi madre y el apoyo que me daba para mis estudios.

Pasaron los años, las cosas fueron cambiando, la bicicleta la regalé, me casé, crecieron mis hijas, todo cambio, pero las visitas a mi padre y la calle por supuesto no terminaron. El pasado viernes 26 de enero, mi padre cumplió dos años de fallecido y desde esa fecha hasta hoy, no me he aparecido en ese negocio, tampoco he circulado por esa calle, ya no hay nada que me acerque a ese lugar.

Pero en algunas ocasiones me he preguntado: ¿Qué habrá sido de sus cosas? Porque en el mostrador de la tienda, estaban monedas pegadas que el coleccionaba, en el fondo de su propiedad estaba el banco de trabajo que utilizaba, más sus herramientas ene l cajón del mismo, su nicho con la imagen de San José, el sombrero de mi abuelo que guardaba, su vieja radio donde escuchaba la estación de El Fonógrafo. Todo tenía su sello, pero… ¿habrá cambiado? Vivamos juntos el aquí y el ahora.

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