Reforma dio ayer importancia de portada a una noticia futbolística: la orden de arresto contra Guillermo Álvarez Cuevas, que desde hace décadas dirige los destinos del Cruz Azul y es investigado por la Unidad de Inteligencia Financiera. Con anterioridad, la cooperativa Cementos Cruz Azul había interpuesto varias demandas penales en su contra. El 20 de septiembre de 2013 escribí del tema en estas páginas y volví a hacerlo recientemente en el New York Times en español (“El mercado de la esperanza”, 28 de junio de 2020).
La caída de uno de los principales directivos del deporte mexicano, caracterizado por su refinada diplomacia y sus hábiles alianzas, no es sino un leve síntoma del deterioro general del futbol mexicano. En junio de este año, los dueños de Monarcas olvidaron el intenso y sostenido respaldo de la afición de Morelia y decidieron mudar la franquicia a Mazatlán. En 2007, el Atlante, tradicional “equipo del pueblo”, fue llevado a Cancún para entretener turistas (luego de insolarse en esa plaza, ha vuelto a la Ciudad de México). Por su parte, el Necaxa, creado por el sindicato de electricistas y cuyo nombre alude a la presa que contribuye a iluminar a la capital, perdió su histórico arraigo al ser llevado a Aguascalientes. No hay el menor respeto por las aficiones locales, dispuestas a llenar las tribunas y a soportar granizadas y goles en contra. Si la especulativa Federación Mexicana de Futbol se hiciera cargo del futbol argentino, el River Plate podría ser vendido a un magnate de la Patagonia y el Boca Juniors a uno de Tucumán.
Para colmo, durante cinco años no habrá ascenso a primera división. La medida se tomó con el pretexto de la pandemia, pero desde hace mucho la segunda división carece de perspectivas. En Inglaterra se disputa el torneo más antiguo del balompié (la FA Cup), donde participan equipos de distintas categorías. Casi siempre, una escuadra de la English Football League, equivalente a la segunda división, está entre los cuatro semifinalistas. En México, el desnivel es tan grande que cuando un equipo de segunda sube a primera, varios de los jugadores que lograron la hazaña de ascender son sustituidos por otros más competitivos: triunfar lleva al desempleo.
En vez de equilibrar las distintas divisiones, la FMF “mejoró” la segunda cambiándole de nombre. Para que nadie sospechara que se trataba de un sótano, se le puso Liga de Ascenso MX. Y ahora se ha producido una situación kafkiana: la zona para subir no tiene escalones. Así se protege a los clubes fuertes, todos ellos de primera división. Obviamente, los años de destierro harán que los equipos débiles se deterioren todavía más.
Por razones meramente comerciales, México celebra torneos cortos que desembocan en la liguilla, donde el mérito repentino supera a la consistencia. Aunque todas las ligas importantes duran el año entero, la FMF antepone el rédito instantáneo al rendimiento deportivo.
Vivimos en el País de las Paradojas: el coronavirus, presunto motivo para cancelar el ascenso, se ignoró en la primera división. Cruz Azul ha reportado ocho jugadores enfermos y siete infectados; Santos 19 contagiados, Toluca siete, Chivas cinco y su entrenador. ¿Hay que recordar que el futbol se juega con 11 para aquilatar las cifras?
Los jugadores mexicanos son esclavos en jaula de oro. Pueden ganar fortunas porque la Liga MX es la más rica del continente, pero carecen de una asociación gremial que los respalde. A diferencia de lo que sucede en Chile, Argentina o Colombia, por hablar de países similares al nuestro, los directivos han impedido que exista un sindicato de futbolistas.
No han faltado buenos proyectos deportivos en el futbol mexicano, como los emprendidos por el Pachuca o los que alguna vez caracterizaron a los Pumas de la Universidad, pero, tomado en su conjunto, nuestro balompié es un espejo acrecentado de los desastres nacionales. Basta ver una camiseta salpicada de logos para saber cuáles son las prioridades de los dirigentes.
Aunque la Unidad de Inteligencia Financiera ya investiga delitos cometidos en nombre de la afición, falta mucho por cambiar en un negocio donde los protagonistas tosen en los vestidores.
Nick Hornby escribió su novela Fiebre en las gradas para celebrar la pasión de los hinchas. El enfermo futbol mexicano merecería otro título: Fiebre en las canchas.