Ulises Vidal II
Para mi amigo Jaime Nájera.
1: Dice Carmen, la señora que nos ayuda en casa, que por qué un hombre joven, que escribe, que tiene una bonita casa, una niña maravillosa y la vida resuelta no está con alguien, que me observa muy solo. ¿Desde cuándo la soledad es un castigo? Un hombre puede aspirar a quedarse en completa hegemonía de su soledad, desde su laboratorio del mal, con su máquina de escribir y sus libros, muchos dirán que entonces no es soledad, pero supongo que estamos hablando de la soledad que todo lo convierte en desierto, la soledad inaudita, que te hace sentir banquete de gusanos, esa soledad sólo me asiste cuando pienso que sería grandioso volver a tener hijos, fuera de ello, la soledad se ha vuelto mi mayor compañera, amante de silencios, cómplice de la escritura, y yo que pensaba que la soledad era estar solo. Mi soledad únicamente me destruye cuando el olor de la almohada es el mismo que acompaña mi cuerpo, por lo demás, la disfruto cada día más.
2: Comienzo con dolor de cabeza, a las dos horas ardo en temperatura, me duele la garganta, estornudo una y otra vez, cuerpo cortado, quebrado, mutilado, me temo lo peor, creo estar infectado, de pronto comienzo a toser, cada vez más fuerte, sin duda el covid se ha instalado en mi cuerpo, es entonces cuando un cuadro de asfixia se presenta, sigo tosiendo, ahora escupo sangre, menos mal, es mi cáncer pulmonar que ha regresado, pensé que esta vez estaba perdido, un cigarro para el susto…
3: Me pongo a leer poemas de Dylan Thomas; escucho la música de Higinio Ruvalcaba; acaricio el cuerpo de una copa de paternina, degusto el vino y el tabaco; observo cuidadoso la construcción de la poesía; mi vida se basa en sensaciones, los sentidos constantemente están en uso, mientras lloro de la manera más sensible que un hombre puede llorar, pienso en tomar el revolver y terminar con todo de una maldita vez. ¿Qué tenían esos hombres?¿De que estaban hechos? –aparte de ese temple y ese talento nato– lo hicieron todo, en cada nota me hacen sentir un hombre de porquería, a cada párrafo se muestran como dioses, como seres inalcanzables; nunca, –y de eso estoy completamente seguro– habré de llegarles a los zapatos. ¿Qué tendrán dentro de si? Porque me están matando (ahora la música llega al estado mas sublime, el poema también) y a mí me faltan fuerzas para jalar el gatillo. Estos hombres te llevan al suicidio, es como si te dijeran “hazlo mierda de hombre”. Malditos sean, crearon un monopolio de lo que hicieron, el violín acompaña la lectura y ningún hombre en la ciudad es capaz de sentir el fluir de la muerte en sus venas como yo ahora lo siento. Todo en esta vida se basa en los sentidos, el revolver en la sien a punto de soltar la ráfaga que habrá de terminar con este sufrimiento, pero no soy capaz, en lugar de hacerlo pongo stop, cierro el libro, apago el cigarro y doy el último sorbo a mi copa, detengo ese sentir, detengo mi vida aún a sabiendas que los diarios no hablaran de mi, ni una puta palabra.
4: La poesía de Dylan Thomas está urdida de esa sinceridad que caracteriza la mentira y su poesía es un canto, un sonido regio, poderoso, que impacta detona en el centro del pecho, es un arma cargada de sentimiento, una caja de Pandora. Leerlo significa adentrarse al infierno, para poder mirar como lo destruye con implacable poder, cada palabra está cocida a la otra, por ello se vuelve una reacción en cadena que electriza, que marca, que debilita. Cualquier mujer le abriría las piernas, quedarían hechizadas ante sus palabras susurradas que emanan de una cascada que va directamente al fondo de ti. Transcribo dos poemas que leí mientras mutilaba a un cabrón que no quería devolverme mi librito de poesía de Dylan Thomas. “No vayas tan confiado en esa noche”. No vayas tan confiado en esa noche / la vejez quemará y delirará al final del día. / Odio, odio contra la muerte de la luz / Aunque los inteligentes saben que al final de la oscuridad está bien / Porque sus palabras no van por las ramas / Ellos no van confiados esa noche / Los hombres buenos / los que quedan / lloran por lo brillantes / que sus delicadas hazañas podrían haber danzado en la verde bahía / Odio, odio contra la muerte de la luz / Los hombres salvajes que alcanzan y cantan al sol en vuelo / Y aprenden, demasiado tarde / que ellos se afligieron a su manera / No van confiados en esa noche / Hombres importantes, cerca de la muerte / que ven con vista ciega / Ojos ciegos que pueden arder como los meteoros ser felices / Odio, odio contra la muerte de luz / Y tú, mi padre, ahí en tu alta tristeza / Maldice, bendice, a mí, ahora con tus fieras lagrimas / ruego / No vayas confiado esa noche / Odio, odio contra la muerte de la luz. U otra que se intitula “Visión y oración” Yo tengo que yacer / quieto como una piedra / junto al tabique de hueso / de jilguero escuchando el lamento de la madre oculta / y la oscurecida faz del dolor / que arroja el mañana como una espina / hasta que las matronas del milagro canten / y el turbulento recién nacido / me encienda su nombre y su llama / y rasgue el helado tabique / con su tórrida corona / y a la oscuridad arroje de su costado / y la transforme en luz.
5: Escriban sus comentarios, críticas y más críticas y nada de elogios a: [email protected] twitter: @Vidal_Evans