Lo tienen sus más cercanos colaboradores, que no se atreven a contradecirlo, aunque las cifras que manejan por sus posiciones en el gobierno indiquen algo distinto a lo que piensa su jefe.
Lo tienen los legisladores de su partido, que no se atreven a objetar ni una coma de lo que manda el inquilino de Palacio Nacional al Congreso.
Lo tienen los militantes de Morena, que ven cómo las candidaturas para la elección intermedia se deciden a capricho de Palacio, sin importar historiales negros o militancias panistas o priistas de hace quince minutos. Cuestionar los designios de arriba puede cortar cualquier aspiración interna.
Lo tienen los médicos que ocupan cargos de responsabilidad en el sector público. Muy pocos se atreven a denunciar directamente las lamentables condiciones en que este gobierno decidió que el personal de Salud del país debía enfrentar la peor pandemia de que se tenga memoria.
Lo tienen los empleados de gobierno despedidos o con amenaza de despido. La posibilidad de quedar vetados por completo para cualquier posición en la administración pública detiene a muchos de protestar abiertamente por las firmas forzadas de renuncia y la negativa a darles liquidaciones de ley.
Lo tienen también fuera del gobierno y el partido. Los empresarios aprendieron pronto en el nuevo gobierno que expresar desacuerdo con la palabra presidencial se pagaba por lo menos con una andanada de adjetivos en la conferencia mañanera, si no es que un amago de investigación o de plano una embestida jurídica.
Lo tienen los integrantes de organismos autónomos, que enfrentan el asedio presidencial para desaparecer cualquier ente que no esté controlado o siga la línea del gobierno. Pocos se atreven a denunciar con firmeza el afán concentrador de poder del mandatario y el retroceso democrático que implica. Algunos que lo hicieron ya están fuera.
Lo tienen hasta los dirigentes opositores, cuyo papel fundamental es funcionar como conciencia crítica de los que están en el poder. Muchos fundan su temor en la larga cola que les pueden pisar, pero a unos meses de la elección intermedia los mensajes de los partidos opositores están marcados por la tibieza. Hasta los del aliado de Morena, el PT, acerca del bajo sueldo del personal de Salud son un poco más duros.
Lo tienen incluso los pequeños empresarios que han visto perder su patrimonio y se han visto obligados a despedir a sus empleados ante el abandono del gobierno para enfrentar las consecuencias económicas de la pandemia.
Lo tienen muchos que han perdido su trabajo y que prefieren evitar dar su testimonio a los periodistas. Mientras más vulnerabilidad, más miedo.
Al presidente López Obrador le gusta pensar de sí mismo que es un demócrata como ningún otro y que el mundo entero reconoce su bondad y sabiduría.
Hasta ahora la parte que mejor ha funcionado de su declarada “labor pedagógica” con sus gobernados es la de que oponerse al presidente, cuestionarlo, contradecirlo, acaso poner ligeramente en duda su palabra, puede tener consecuencias desagradables.
Como en los sistemas autoritarios, como en el nuestro de los años sesenta, setenta, ochenta.
Qué miedo.