Videoterapia
 
Hace (44) meses
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Juan Villoro
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Hace unos meses escribí sobre un peculiar síntoma de nuestro tiempo: la infidelidad televisiva. Las series provocan la adicción que en el siglo XIX provocaba el folletín, con una diferencia: la lectura se ejerce en soledad mientras que la tele es (o debería ser) un entretenimiento compartido.

Las series se alargan hasta convertirse en una forma de la costumbre. Una vez cautivados por ese universo, difícilmente lo abandonamos. Aunque repudiemos las atrocidades y las incoherencias de la historia, salir de ahí antes de tiempo es como negar a tus sobrinos o no contestarle el teléfono a tu madre. Si odias ese mundo es porque ya formas parte de él. Dejar sola a tu pareja en la tercera temporada equivale a decirle: “tenemos que hablar”.

Más grave resulta ver episodios a escondidas. De poco sirve ocultar esa traición: tu pareja está equipada con un sexto sentido que le permite descubrir que ya viste ese episodio. Si no confiesas de inmediato, confesará tu cara.

Uno de los principales cambios traídos por la pandemia es que cuesta más trabajo ser infiel con la tele. Ahora los problemas son distintos. En el encierro no nos pasan muchas cosas y ya es ofensivo que alguien pregunte: “¿cómo estuvo tu día?”. Los sucesos están en otra parte, principalmente en la televisión en línea, según revelan las ganancias de las nuevas plataformas.

Hace unos días mi amigo Rafa llamó para decir: “Bobby necesita terapia”. Pensé que se refería a su hijo, pero hablaba de Bobby Axelrod, protagonista de la serie Billions, con el que extrañamente se identifica. Rafa gana poco y si le dan cambio de más lo devuelve de inmediato; sin embargo, se identifica con el dinámico billonario que se enriqueció gracias a la caída de las Torres Gemelas, del mismo modo en que antes se encandiló con el extraordinario gánster de Nueva Jersey Tony Soprano (a tal grado que aprendió a preparar su pasta favorita); con el sucio y seductor demócrata Frank Underwood, y con Walter White, el científico que recibió un falso diagnóstico de muerte, preparó drogas para dejar dinero a su familia y trató de lavar cada error con otro en una cadena tan complicada como las de la química orgánica. Las series le han brindado a Rafa una peculiar pedagogía: admira a sátrapas sensacionales.

Cuando habló con intensidad del “pobre Bobby”, entendí que quien necesitaba terapia era él. Se lo dije y extrañamente me tomó en serio. Más extraño aún fue lo que dijo en su siguiente llamada: había entrado a videoterapia.

La adicción a las series ha creado un nuevo oficio. En la inactiva vida actual, hay problemas que no derivan de nuestra conducta, sino del comportamiento de los personajes con los que convivimos durante varias horas al día. Rafa, que no ha podido cambiar de coche en quince años, se desvela por el jet privado de Bobby Axelrod. El enredo no acaba ahí. Está convencido de que su mujer quiere que arresten a su magnate favorito: la sorprendió hablando de “derroches” con una amiga (no podía referirse a su vida, ajena a otro gasto inútil que ponerle cuernos de reno al coche en Navidad; se refería a Bobby, claro que sí).

Ahora Rafa está en videoterapia de pareja, con una analista que sabe tanto de televisión como Freud de mitología griega (para compensar los excesos de testosterona de Boardwalk Empire sometió a mi amigo a Big Little Lies y controló la angustia de separación que le causó Tales from the Loop con la sinapsis mental de Maniac).

Las sesiones suceden a distancia; Rafa se conecta desde su computadora y su esposa desde la suya. Esto ha creado cierta tensión: mi amigo sospecha que su mujer se sirve del recurso de “pantalla compartida” y que alguien le pasa datos (es más elocuente en terapia que en el sofá de la casa). Aunque la analista asegura que el tratamiento sirve precisamente para eso, Rafa se siente hackeado. Por suerte, ha descubierto otra terapia, especializada en el “aplanamiento afectivo” provocado por la pantalla y en el “temor de algoritmo” proveniente de la manipulación de datos personales.

Es posible que las limitaciones de esa cura lo lleven a otra. Por el momento, sus problemas dependen de la relación con los personajes imaginarios que analiza en videoterapia y de la supervisión de otra terapia, enfocada al comportamiento humano en línea.

El encierro protege del virus, pero no de los trabajos de la mente.

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