Un día en la cárcel con Rosario Robles
 
Hace (50) meses
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Fue jefa de gobierno, presidenta de un partido y también secretaria de Estado. La encontré con siete kilos menos y la ropa color beige que llevan las internas de Santa Martha Acatitla. Habían pasado cinco meses desde aquella madrugada en que una camioneta de la Policía Federal la condujo al centro de readaptación social.

Era la tercera vez que intentaba verla. La primera, las autoridades del centro me regresaron antes de que alcanzara a llegar al filtro de revisión. La segunda vez me avisaron que la visita había sido cancelada cuando yo ya me encontraba prácticamente en la esquina.

La tercera fue la vencida, y Rosario Robles me aguardaba sentada. Ni una arruga en el uniforme, ni un cabello fuera de lugar. Algún visitante anterior le había llevado varios libros y pastelillos.

—En estos cinco meses he reunido libros como para cumplir dos cadenas perpetuas —dijo riendo.

En agosto pasado salió de su casa rumbo a su primera audiencia. Sus abogados le habían advertido que el juez Felipe de Jesús Delgadillo Padierna —sobrino de Dolores Padierna y René Bejarano— iba a vincularla a proceso por ejercicio indebido del servicio público: no haber impedido, cuando fue secretaria de Estado, un desvío de más de cinco mil millones de pesos, y no haber informado de este a su superior jerárquico, el entonces presidente Enrique Peña Nieto.

Robles fue acusada de omisión. El delito no es considerado grave. Su equipo legal aseguraba, por lo tanto, que ella iba a llevar el proceso en libertad. No esperaban lo que iba a suceder. Tras 12 horas de audiencia, el juez decidió imponer la medida de prisión preventiva, alegando que el domicilio asentado por Robles no coincidía con el de una licencia que había presentado el MP (“y esto abría la posibilidad de una fuga”).

—Fue de terror —cuenta Robles—. Sencillamente no estaba preparada. Llegué a las ocho de la mañana, sin dormir, y todo estaba helado. Yo me sentía deshecha, tronada física y mentalmente. Me dormí varias horas y cuando desperté vi que todo era cierto. “¿Qué es esto?”, me pregunté… Fueron días muy malos.
Pregunto cómo han sido estos meses. “La cárcel se trata de ver cómo pasas el día”, responde. “Y además, todo el tiempo estás oyendo cosas terribles, los delitos de la gente, las injusticias, el estado de los juicios”.

Cuenta que para distanciarse un poco comenzó a leer desesperadamente, biografías y novelas (“el libro de Parra sobre Benito Juárez, el libro de Palou sobre Morelos, las novelas de Carlos Ruiz Zafón, Dan Brown, Leonardo Padura”). Llegó luego a los libros de meditación “y eso me salvó”. “Aprendí algunas cosas: a intentar estar en el ahora, vencer la angustia del mañana, soportar el peso de los días. Me ayudó a alejar la ira, el coraje, el resentimiento. A tratar de dejar atrás los sentimientos del pasado”.

Le pido que me cuente un día suyo. Dice que se levanta temprano para recolectar agua en cubetas.

“Aprendí a bañarme con una sola y creo en verdad que todos deberían hacerlo”. Que limpia su estancia “hasta el último rincón”, y que dedica una hora y media al ejercicio: “Me hice unas pesas con dos garrafones de Bonafont llenos de agua, y así hago mis rutinas”. Armó también un rompecabezas de mil piezas, basado en un cuadro de Renoir.

“Recibo visitas, leo, tejo mucho. Platico con las mujeres que tengo al lado, y que están acusadas de robo o secuestro, porque el otro tema de la cárcel es el amor: los hombres las usan, las incitan a delinquir, y cuando las detienen las abandonan”.

Le pregunto si siente que la han abandonado.

—Unos han estado al pie del cañón, y otros me abandonaron.
—¿Quiénes la abandonaron?
—Los gobernadores, algunos exfuncionarios. Pero los entiendo. Creen que mientras se vengan contra mí, los van a dejar a ellos en paz.
—¿Ha tenido contacto con Enrique Peña Nieto?
—Ninguno. Y en estos momentos, tal vez sería peor si lo hubiera.

Cinco meses después, Robles dice que la tienen en Santa Martha “por una consigna clara”. “El juez Padierna iba a lo que iba, a traerme aquí. Se pudo ahorrar todas esas horas. Me trajo con una prueba fabricada, como ya probó la periodista Azucena Uresti: con una licencia que falsificaron ellos mismos, y con una foto sacada de internet”.

Hace unas semanas, la magistrada Porras Odriozola admitió que la FGR no probó que Robles tuviera la intención de mentir o de huir, y asentó que no comparte la postura del juez Padierna. Sin embargo, decidió confirmar la prisión preventiva.

“Ese fallo contradictorio solo puede tener una explicación: esto es una consigna. No solo han violado mi debido proceso y vulnerado mi derecho a llevar el juicio en libertad. Han dañado mi honra y mi reputación. Algunos dicen que quienes me trajeron pueden tenerme aquí el tiempo que ellos quieran. Yo espero, en cambio, que todo esto me haya abierto un camino, porque me tienen aquí con una prueba fabricada y no han podido acreditar ninguna otra cosa”.

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