Tipos pachuqueños: Los barrenderos
 
Hace (54) meses
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No existe, hasta ahora, una fecha o periodo que pueda señalarse como inicio del trabajo de los llamados barrenderos citadinos y menos aún de quienes empujando un gran depósito dotado de ruedas recorren la ciudad de palmo a palmo, recogiendo la basura que los mal habituados ciudadanos dejamos en plazas y calles, sin conciencia de la contaminación que ello implica.
En Pachuca, estos personajes hicieron su aparición en 1891,durante el gobierno del general Rafael Cravioto, quien les dotó en principio de una bolsa de ixtle, que cargaban al hombro, donde depositaban la basura que recogían a su paso, aunque tenían también la obligación de barrer las calles y acumular, en lugares predeterminados, toda la basura que encontraran, a fin de que al pasar el carro de la basura –un carretón tirado por burros o mulas– la recogiera y la llevara a los tiraderos que había en las goteras de la ciudad por allá por San Bartolo.
Hasta bien entrado el siglo XX, esta modalidad mantuvo limpias las calles; fue hacia los años 30, cuando el presidente municipal Humberto Saavedra daba noticia, de que Pachuca contaría con “barrenderos de carrito” que en número de cinco recorrerían las céntricas calles de aquella ciudad.
“El gobierno municipal a mi cargo –señaló en su informe de 1931– solicitó a la Compañía de Real del Monte y Pachuca el diseño y construcción de cinco grandes botes rodantes, que serán fabricados en los talleres de la Maestranza, similares a los que se usan en la ciudad de México, mismos que, concluidos, rondaran por las calles de esta ciudad, a fin de mantenerlas libres de basura”.
Han pasado prácticamente 90 años y este tipo de servidores públicos se ha convertido ya en parte del paisaje urbano. En 1958, el presidente municipal Juan Esquerra entregó a los trabajadores del departamento de limpias un flamante uniforme y 15 carritos rodantes, dotados ya de manubrio y funda para guardar la escoba de varas, con la que resultó más fácil realizar su trabajo.
Juancho el Basurero fue por aquellos años de la mitad del siglo veinte, el más conocido de estos trabajadores, debido a la crónica que de él se contaba entre los pachuqueños en las sabrosas charlas de la sobremesa. Se decía que unos días después del 10 de mayo del 1954 o 55, Juancho, quien tenía asignado el cuadrante de la estación Hidalgo –situada donde actualmente está el teatro Hidalgo– realizaba su acostumbrado levantamiento de desechos abandonados en la vía pública, cuando al llegar al cruce de la calle Matamoros y Xicoténcatl, a un lado de la famosa cantina de don Salvador Verano, La Mascota, encontró un inusual tiradero de cajas de regalo apiladas prácticamente sobre la banqueta, malhumorado por la actitud inconsciente de los ciudadanos que displicentemente habían dejado aquellos despojos, procedió a realizar su compactación.
Realizaba aquella operación un tanto distraído, pero de pronto llamó su atención el que una de las cajas contuviera un objeto más pesado que el cartón. Con toda parsimonia, procedió a examinar el contenido, encontrando en el interior una especie de portafolio o cartera, en la que había un fajo de billetes de mil pesos. Su primera reacción después del asombro fue guardar el objeto entre sus ropas.
Con gran nerviosismo y mirando en todas direcciones, terminó de levantar el montón de basura y se alejó presuroso hasta llegar al jardín Colón, donde se sentó a pensar en su hallazgo. En aquel momento –cerca de la una de la tarde–, había en ese sitio un animado trajín provocado por el ir y venir de abogados y tinterillos dado que a unos metros se encontraba la Casa Colorada –hoy escuela Vicente Guerrero– donde en aquellos años se encontraban el Tribunal Superior, los Juzgados Civiles y la Procuraduría, de modo, el bullicio era mayúsculo pero a Juancho no le calentaban ni el sol.
Sentado en el interior del templo San Francisco, contó el número de billetes, eran 75 mil de aquellos pesos. ¿Qué hacer con esa fortuna? Quedársela era fácil, bastaba solo no decir nada, pero ¿quién la habría perdido? y ¿qué le sucedería al propietario con esa pérdida? Ya en su casa, una vencindad de la calle de Abasolo, Juancho contó lo sucedido a su madre y a su hermana, quienes le aconsejaron buscar al propietario, pues sería muy notorio que un barrendero gastara a manos llenas y con billetes de esa denominación, ¡podrías ir a parar a la cárcel¡, le dijo su hermana.
Al día siguiente, Juancho se dio a la tarea de encontrar al dueño, lo que realmente fue muy fácil, pues toda la familia, recorría de cabo a rabo viviendas y comercios del rumbo. El dueño resultó ser el señor Silvestre Williams, quien había aprovechado la celebración del 10 de mayo para ver a su madre en Pachuca y de paso cerrar un buen negocio con cierta empresa minera, pero la cartera cayó en la caja del regalo a su madre.
Williams, sumamente agradecido con Juancho, le entregó como recompensa la cantidad de 5 mil pesos –ya que su negocio se finiquitó con 70–. Con aquel dinero, Juancho montó un negocio de abarrotes cerca del molino de nixtamal El Puerto Rico, en el barrio El Arbolito y como en los viejos cuentos, vivió feliz el resto de sus días.
La fotografía para esta curiosa entrega capta en las calles de Morelos al “Ejército de la Limpieza Pachuqueña”, como le llamó el alcalde Humberto Velazco Avilés a los barrenderos, aquí, ataviados con el uniforme y la flotilla “caros de la basura rodantes” que les distinguió en aquel Pachuca.

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