Teoría del lector
 
Hace (43) meses
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Para Jéssica Polgar, donde quiera que te encuentres.

1: La muerte de mi abuela, la de mi tía y la de mi amigo Eusebio, son las tres muertes que más he sufrido; si existe algo después de la vida, me gustaría ser recibido por alguno de ellos. Esta vez hay muchos motivos para pensar en la muerte…

2: Amé a herida abierta, entre mis manos el sol y entre mis dedos la luna, si este virus invisible a mis ojos decide acabar con mi vida, sepan que Aira siempre será lo que más amo, pelearé hasta el último aliento; si la muerte quiere huesos, de mí solo obtendrá poesía. Los poetas no podemos dejar de respirar, vendré del más allá a poner las cosas en claro; si aquí termina mi suerte, enfrento con valentía mi enorme descuido.

3: Arranqué las ultimas páginas de mi historia, el cesto de basura me ha salvado, la reconstrucción en la novela de mi vida se reescribe con precoz valentía. Quien osó una vez amar la poesía una cosa debería saber, la tinta indeleble no se borra ni se olvida.

4: Leo con profunda admiración y análisis la Teoría del lector del maestro Fresan, concuerdo con él en el siguiente texto que transcribo de dicho libro. No tiene desperdicio. Con el paso de los libros y la sostenida práctica de esa imprecisa ciencia que, a falta de otro mejor, responde al nombre de Literatura; he comprendido, no sin algo de esfuerzo y bastante sorpresa, que en el fondo y en la superficie de todas las historias existen tan solo dos categorías de escritores y, por lo tanto, dos categorías de lectores. Están aquellos que al final de un cuento suspiran. ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí?, y están los que optan por sonreír. ¡Qué suerte que se le ocurrió a alguien! Eso es todo, todos somos lectores de un modo o de otro. El Bien y el Mal –las claves obvias de nuestra caída y los códigos secretos de nuestra salvación– descansan en paz, se revuelcan en las sábanas rojas de la guerra y se enferman de buena salud en el centro mismo de esa diferencia irreconciliable que, tarde o temprano, conducirá al final de nuestros días en el universo. Algo los une sin embargo: para los hombres, para todos los escritores y los lectores, la Historia –vano mecanismo de defensa siempre es el pasado–. La paradoja del fin del mundo en el principio de un libro. Una humilde trampa que funciona, no para desconcertar al lector sino para juguetear con la idea de un nuevo inicio concebido durante el último acto del inmenso e inalcanzable universo imposible de poner por escrito, ahí afuera. Sí, el principio de un libro también puede ser el fin del mundo. Intento explicarme: navego en un barco de bandera imprecisa y de nombre casi vergonzoso por su obviedad. S.S. Neptuno. Si esto fuera un cuento, claro, no vacilaría en cambiárselo. Doncella de Palestina, tal vez. Da igual. Lo que sí me interesa asentar a modo de preámbulo –bien lo saben aquellos que alguna vez hayan optado por el agua antes que por el aire– es que cuando se cabalgan los mares es cuando más lejos y más afuera de todo nos sentimos. Estamos construidos con agua y no con aire. Es por eso que, cuando nos arriesgamos a ser uno con las olas, no podemos disimular la sensación de extravío y, al mismo tiempo, la sospecha de estar de regreso en el hogar ancestral después de tanto tiempo lejos de casa. De ahí la felicidad profunda que no demora en invadir a aquellos que se ahogan. Muchos años atrás, yo estuve a punto de morir ahogado en un par de oportunidades, y no creo estar faltando a la verdad si digo que recuerdo aquello como algo raramente placentero. Alcanza con flotar bajo la noche, los ojos cerrados, las estrellas reflejándose en una piscina generosa, para comprenderlo. En el agua, lo primero que se hunde es nuestro apellido y los tristes diplomas y honores que supimos conseguir. Mis ojos sobre las páginas han ido adoptando una cadencia decididamente oceánica y pendular: las palabras primero se inclinan hacia un lado y después hacia otro. Ideas que caminan de proa a popa, oraciones que arrojo por babor o estribor para regocijo de albatros y tiburones. ¿Quién será el autor de todo esto? ¿Cuál de los pasajeros?, me pregunto sin demasiadas ganas de contestarme mientras experimento ese ambiguo sentimiento del que sostiene por primera vez un revólver cargado y leo líneas al azar, frases sueltas, fantasmas de vidas, intrigantes reincidencias, disparos a ciegas.

5: Escriban sus comentarios, críticas y más críticas y nada de elogios a: [email protected] twitter: @Vidal_Evans

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