Te invito a la casa de la Bemba
 
Hace (62) meses
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Te invito a la casa de la Bemba. Yo pago”. La casa de la Bemba era el lupanar del pueblo. Su dueña era apodada así a causa de la grosura de sus labios. El que hacía la invitación era Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, y el invitado se llamaba Goretino, virtuoso joven muy de iglesia; secretario perpetuo de la Cofradía de la Reverberación, caballero de la Legión Paduana y además recién casado. ¡Miren a quién hacía el tal Pitongo su soez invitación! “No, gracias -declinó el piadoso muchacho-. Ni siquiera puedo acabarme lo que tengo en mi casa”. Replicó el cínico Afrodisio: “Entonces vamos a tu casa”.

Himenia Camafría y Celiberia Sinvarón, maduras señoritas solteras, fueron por enésima vez en esta temporada al Museo de Arte de la ciudad y su colocaron frente a la estatua en mármol del Apolo de Belvedere, que mostraba su espléndida desnudez sin más recato que el de la hoja de parra que cubría su atributo varonil. “¿Lo ves, Himenia? -comentó con desolado acento la señorita Celiberia-. Pasó el otoño; en pleno invierno estamos, y la hoja nada que se cae”.

Tonilita, garrida moza campesina, pasó por el huerto de don Poseidón, labriego acomodado, y vio unas calabacitas muy buenas con las cuales, pensó, podría hacer una sopa sabrosísima, y más si le añadía elote. Cocina fusión, pues. Saltó el murete y empezó a cortar las tales calabacitas y a echarlas en el hueco de su delantal. En eso -¡fatal sino!- se apareció don Poseidón y le echó mano a Tonilita. “¡Ladrona! -le dijo hecho una furia-. ¡A la cárcel contigo!”. Y la arrastró hacia la salida. “¡Por favor, amo! -gimió la desdichada-. ¡Lléveme a donde quiera, pero a la cárcel no!”. El viejo verraco no la llevó a ninguna parte. Ahí mismo, sobre la muelle grama, cobró sobradamente el precio de las calabacitas. Acabado que fue el castigo Tonilita le preguntó a don Poseidón sin siquiera componerse las descompuestas ropas: “¿No quiere asegundar, patrón?

Cuando estaba de espaldas en el suelo vi unos aguacates muy buenos”. El mamut le dijo a su hembra: “Necesitas recapacitar, Odonta. Si sigues con eso de que: ‘Hoy no; me duele la cabeza’, seguramente nos vamos a extinguir”.

Don Cornífero le anunció a su mejor amigo: “Voy a divorciarme de mi esposa”. “¿Por qué?” -se consternó el otro. Explicó el señor: “Acostumbra cantar en el baño”. El amigo se sorprendió: “A muchas mujeres les gusta cantar en el baño”. Preguntó don Cornífero: “¿Con trío?”.

Empédocles Etílez, el borrachín del pueblo, llegó a su casa en horas de la madrugada y en perfecto estado incróspido. Esta palabra, “incróspido”, carece de registro en la Academia. De mala gana la recogió en su Diccionario de Mejicanismos don Francisco J. Santamaría: “Es término vulgar, propio de gente del hampa y pulquería”. Se aplica generalmente al que anda ebrio. El tal Etilez llamó con grandes golpes a la puerta de su casa. Su esposa no le abrió, pese a todas las súplicas y maldiciones del beodo. “Si no me abres -amenazó Empédocles- me cortaré las venas”. Se oyó la voz de un furioso vecino: “¡Lo que deberías cortarte es la peda, desgraciado!”.

Meñico Maldotado, joven con quien natura se mostró roñosa a la hora de ponerle algo en la entrepierna, contrajo matrimonio con Tirilita, muchacha sabidora. La noche de las bodas él se dispuso a consumar las nupcias, para lo cual dejó caer la bata de popelina verde que su mamá le había confeccionado en su máquina Singer para la ocasión. Lo vio Tirilita y dijo decepcionada: “Dos años de noviazgo; petición de mano; seis meses de preparativos para la boda; vestido; damas; misa; banquete; viaje de luna de miel. ¿Todo para esto?”. FIN.

Catón

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